top of page
LogoAdma2015NoPayoffRevTrasp.png

4. EL SANTO NOMBRE DE MARÍA

El 12 de septiembre hay una fiesta litúrgica en la Iglesia Católica dedicada al Santo Nombre de María. Es una fiesta promulgada y extendida a toda la Iglesia por el Papa Inocencio XI en 1683. Nos recuerda que pronunciar, invocar, cantar, celebrar el nombre de María nos hace un inmenso bien.


Invocar el nombre de María es evocar la obra maestra del Padre, es exaltar la primicia del sacrificio del Hijo, es admirar el templo más bello del Espíritu.


María es el nombre que recuerda el reflejo más transparente de la gloria de Dios, el punto más sublime de la creación, la bendita de todas las mujeres, la Madre de Jesús que nos fue dada por Él como nuestra Madre. Como dice la Colecta de la Misa dedicada al santo nombre de María, todo cristiano que pronuncia el nombre de María con un corazón filial no dejará de "experimentar la fuerza y la dulzura de su nombre".


El nombre de María es un nombre que edifica y purifica: es el nombre del Todosanto, del Todobello, el nombre que al pronunciarlo inspira castidad y pureza, delicadeza y belleza, integridad y santidad; un nombre que educa no sólo al silencio y a la contemplación, sino también a la intimidad y a la comunión de amor. Pronunciar el nombre de María es entrar en la esfera de Dios, así como dar el nombre de Nuestra Señora a una catedral – como observa J. Guitton – lleva a exaltar a Aquel que está presente en ella, Jesucristo nuestro Señor: "este es el papel que desempeña Nuestra Señora en las obras de la Iglesia Católica: ser una atmósfera, un fluido, una energía creadora y oculta".


El nombre de María es también un nombre que une, que no divide: si ya como mujer María está orientada a contener, acoger, reunir, unir, como Madre de Dios une el cielo y la tierra, y como Madre de la Iglesia y de todos los hombres es honrada de diversas maneras en todas las religiones. No podemos subestimar esta función típicamente materna: hay tantas divisiones, en los vínculos familiares y sociales, entre las naciones y entre las religiones, que no se querrá prescindir de esa misteriosa eficacia que Dios confirió a María en el orden del diálogo, de la acogida, de la misericordia.


Dulce nombre

¡Fue en los oídos de Jesús donde el nombre de María resonó de la manera más dulce! ¡Y es sobre todo en los labios de Jesús que María fue llamada cariñosamente "madre"! Al mirar la experiencia nazarena de Jesús, uno aprende a invocar el nombre de María y a llamarla "madre" con el corazón de los niños.

En un momento en el que se intenta negar o sustituir la figura de la madre, debemos recordar con fuerza el hecho elemental -maravilloso donde existe, trágico donde falta- de que sin madre hay en cada hijo un fracaso vital y un déficit de esperanza que marca toda una existencia, un trasfondo de indecisión y desesperación que acompaña dolorosamente cada acción de la vida y cada etapa de la vida. Por otro lado, sentirse abrazado y acariciado, mirado y llamado por su nombre por la madre es la experiencia que está en la raíz de la propia personalidad y singularidad, y que alimenta toda confianza en uno mismo, en los demás y en Dios. Poder llamar a la madre, estar seguros de su escucha y atención, de su afecto y de su cuidado "no anónimo" (Recalcati) es el legado fundamental que nos permite existir de una manera verdaderamente humana, personal y no serial. Si la experiencia materna ya está relacionada con la esperanza, la devoción mariana está, por tanto, relacionada con la esperanza en grado sumo: como dice San Luis Grignion de Montfort, María era el Paraíso de Dios, está en el Paraíso con Dios, desde el Paraíso nos mira y en el Paraíso nos espera.



La impronta materna de la esperanza es tan decisiva que también el Hijo de Dios, en su humanidad, tuvo la misma experiencia que nosotros: la de llamar a María "madre" y la de encontrar en este nombre la realidad más dulce de la tierra, la que más recuerda la paternidad de Dios en el cielo. Por eso es fácil y espontáneo para los cristianos, por su íntima unión con Cristo, sentir a María como madre y llamarla cariñosamente madre. La paternidad de Dios y la maternidad de María pertenecen íntimamente al designio providencial de Dios. Montfort lo explica de manera sencilla y eficaz: "así como en la generación natural y física hay un padre y una madre, así en la generación sobrenatural y espiritual hay un padre que es Dios y una madre que es María: todos los hijos de Dios verdaderos y predestinados tienen a Dios por padre y a María por madre; y el que no tiene a María por madre, no tiene a Dios por padre" (Tratado de la verdadera devoción, 30).


Maria, estrella resplandeciente

La experiencia doméstica de Jesús en Nazaret fue tan decisiva para su existencia entre nosotros que quiso dárnosla a todos y recomendarnos a todos. Él sabe que sin la maternidad de María nuestra vida espiritual, con todas sus pruebas, no perdura. Si San Bernardo cantaba "mira la estrella, invoca a María", es porque en el nombre de María encontramos el mejor apoyo de la esperanza, que es ciertamente una virtud teologal, y por tanto un don de Dios, pero que ante los obstáculos interiores, el remordimiento del pecado, las turbaciones y temores del mundo, el desconcierto y la confusión del corazón, Necesita un soporte seguro para que no se pierda. En el nombre de María se encuentra la esperanza, se renueva la confianza, se supera el desaliento, y siempre podemos empezar de nuevo: «Siguiéndola -continúa san Bernardo- no se puede extraviar, rezando a ella no se puede desesperar. Si ella te apoya no te caes, si ella te protege no cedes al miedo, si ella te es propicia alcanzas la meta".

Verdaderamente, como decía Pablo VI, no hay cristiano auténtico que no sea mariano. Porque, por supuesto, no podemos amar a Jesús si rechazamos o subestimamos el don más hermoso que Jesús, después de sí mismo, quiso dejarnos para nuestra salvación y nuestra alegría.


Llamarla por nombre!

Con razón dice la liturgia que en la Iglesia, junto con el nombre de Jesús, "el nombre de María debe resonar también en los labios de los fieles", porque "el pueblo cristiano la mira como a una estrella resplandeciente, la invoca como a su Madre y, en los momentos de peligro, recurre a ella como a un refugio seguro" (Pref. Santo nombre de María). Concretamente, es importante llamar a María por su nombre, vencer las resistencias y las vacilaciones, el orgullo y el respeto humano, las modas culturales y las objeciones teológicas, y no tener miedo de llamarla "madre", de invocarla en cada necesidad, de pedir el Espíritu a través de ella, de poner en ella toda la confianza de ser escuchados y atendidos, como un niño que encuentra refugio en los brazos de su madre.

Y luego tenemos que convencernos de pedir toda gracia en su nombre. Montfort, y detrás de él una multitud de santos como Don Bosco, nos asegura que en el cielo María mantuvo y aumentó sus "derechos maternales" a Jesús. Y así, cada oración que pasa por la invocación confiada de su Nombre, está destinada a tener éxito seguro. Montfort, refiriéndose a la enseñanza de san Bernardo, san Bernardino y san Buenaventura, explica precisamente que, sin perjuicio de la trascendencia de Dios y de la superioridad del Hijo, la función materna de María confiere a la Virgen un poder de intercesión sin igual, que debe ser pensado en términos afectivos, materno-filiales.


Hablando con valentía, dice: "Si todo lo que hay en el cielo y en la tierra y Dios mismo está sujeto a María, debe entenderse que la autoridad que Dios le confiere es tan grande que parece que tiene el mismo poder que Dios, y que las oraciones y peticiones son tan eficaces con Dios, que siempre son válidas como mandamientos ante Su Majestad, que nunca se resiste a la oración de su amada madre, y porque siempre es humilde y conforme a su voluntad" (Tratado, 27)

Entradas Recientes

Ver todo

Comments


LogoAdma2015PayoffADMA-OnLine_edited.png
bottom of page