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Comunicación es cosa del corazón”. “San Francisco de Sales Comunicador.

Francisco es muy conocido como el santo de la dulzura.


La dulzura, a nivel de comunicación, en el contexto general de su obra, puede considerase como su gran habilidad cognitiva y afectiva de escuchar el eco de la vida de las personas, en su relación coloquial, de captar el sentido concreto de las cosas, de observar a las personas, de cuidar y custodiar. La comunicación integral se manifiesta no tanto “en la elaboración argumentativa o discursiva, sino que trata de comunicar en sintonía con la frecuencia de las cosas, en el tono que traduce la visibilidad y la sonoridad propia de las cosas”. Cuando habla de hacer un buen sermón, hace algunas afirmaciones que muestran su profunda inteligencia afectiva: “no puedo hablar de Dios, sin emoción”, “Es necesario que nuestras palabras salgan del corazón más que de la boca. Se habla muy bien, pero el corazón habla al corazón y la lengua solo habla a los oídos”. Todo sermón sea siempre “un sermón de amor”.

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Para Francisco de Sales la relación humana ha de ser natural y manifiesta la espontaneidad paterna y fraterna. Esta actitud permite al comunicador ser cercano a las personas, suscitar un sentido de alegría. Esta actitud permite la apertura y la confianza en la relación y hace que la persona se coloque en un estado de acogida del mensaje. En la espontaneidad, las personas se abren y se manifiestan con gratuidad y alegría. Decía, a propósito, Francisco: “vengo ahora mismo de dar catequesis, en la que con nuestros niños nos hemos divertido y haciendo reír un poco al auditorio, burlándonos de las máscaras y el baile; estaba de buen humor, y un numeroso auditorio me invitaba con sus aplausos a hacerme niño con los niños… Que Dios me haga verdaderamente niño en inocencia y sencillez”.


Comunicar es un don y una responsabilidad, es construir a nivel humano, espiritual y cultural. El estudio es también oración. Él insiste mucho con su clero en la necesidad imprescindible de la formación, en la instrucción y formación sólida de sus sacerdotes. “La ciencia, decía él, es el octavo sacramento de la jerarquía de la Iglesia”. Partiendo de su experiencia de estudio y de profundización científica, sabía que para dialogar con la cultura y responder a las exigencias espirituales y pastorales del contexto cultural en el que vivía, era muy importante la espiritualidad del estudio.





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