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En la escuela de la santa indiferencia de María: magnificat, fiat et stábat.

Cuando estaba a punto de confeccionar el calendario de los temas para este año formativo, las tres palabras clave del evangelio que convierten a María en la mejor intérprete de la “santa indiferencia” que San Francisco de Sales nos deja como herencia, tras haberla recibido, a su vez, como don, de Ignacio y Santa Teresa, son los tres verbos que resumen su camino de madre y de discípula en el evangelio: fiat, magnificat, stábat; es decir el hágase tu voluntad de la anunciación, el himno de alabanza en la casa de Isabel y su permanecer en pie bajo la cruz.


La secuencia es obvia por ser también la “cronológica”, según narran los evangelios.


Pero debió suceder algo durante un seminario, que nos ha impulsado a cambiar el orden, originándose una nueva luz, que quizá haga resaltar más cuanto Francisco de Sales nos propone como actitud madura de una vida de fe, por encima de la enunciación que emplea, no fácilmente comprensible por el significado que comúnmente se da hoy al término “indiferencia”.


Comencemos por la nueva secuencia de los verbos marianos por excelencia:

1. Magnificat

2. Fíat

3. Stabat

¿Por qué comenzar por el Magnificat?

Se dice que todos los salmos acaban en gloria, incluso aquellos en que el rito de dolor y de súplica son más intensos y desconcertantes –algunos versículos no osaríamos ni pronunciarlos si no hubiesen sido puestos en los labios por la Biblia. Pero SIN GLORIA no habría ningún salmo. No habría página alguna de la escritura.

Partir del Magnificat significa tener ya desde el principio el horizonte de bien, de bendición, que es la visión de la vida que María no inventa en Ain Karim, en casa de Isabel, pero que siempre ha sido su respiración, aliento común a toda la Escritura de la que el Magnificat es un eco perfecto.

Cuando nos educamos a una PERCEPCIÓN de la vida, en todas sus expresiones, que está iluminada por la gratitud por la presencia de Dios que crea, sostiene, salva, lleva a plenitud, ensalza a los humildes, recuerda su promesa… cambia el ritmo y la dirección de nuestros pasos.

Si nos fijamos en la oración de Jesús, modelo de toda oración, en su íntima relación con el Padre en el Espíritu, la alabanza, la bendición, su magnificat brota de modo incontenible, haciéndolo “exultar en el Espíritu Santo”.: “En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: “te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños”. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien” (Lc 10, 21-22). Su magnificat llega a su cumbre en la acción de gracias –Eucaristía (¡) antes de su pasión. Lo que prevalece al acercarse la hora más trágica es la acción de gracias.


De esta PERCEPCIÓN de la realidad brota la adhesión plena e incondicionada al plan de amor que continúa realizándose hoy como fue desde el principio y será hasta el cumplimiento final de la historia.

No existe, por una parte, la alabanza, por ejemplo, el domingo en la iglesia, cuando automáticamente hay que ponerse en pie al Gloria, al Aleluya y al Sanctus, y por otra parte, las lágrimas, donde se imploran gracias a cuenta gotas para enfrentar el montón de problemas que nos agobian y que parece que no tienen nada que ver con lo que se celebra en la iglesia.

Mientras nuestro modo de percibir la realidad sea a compartimientos, y Dios y su Reino permanezcan bien separados en los muros de la iglesia, como si fuesen los de un laboratorio protegido de contaminaciones (en entrada y salida), el camino liberador de María no nos deja a nosotros posicionarnos ni siquiera en el punto de partida.


Entrenándonos día tras día en echar una mira al MAGNIFICAT, o mejor aún, intentando PERCIBIR por la tarde, nuestra jornada con estos sus ojos, dado que el Magnificat es el evangelio, la buena noticia de todas las vísperas- ¡por las que nos ponemos de pie! - esto sí, nos pone en camino.


María es una garantía de que el Magificat es la perspectiva justa no solo en los días de triunfo, porque su vida ha sido un rosario ininterrumpido de difíciles vueltas y revueltas, subidas y bajadas… Y, con todo, su Magnificat permanece tan auténtico que se convertirá en su PARA SIEMPRE: María Asunta al cielo, resucitada con y como su hijo, reina, madre y hermana de todos, es promesa tangible de nuestro ser hecho para esa misma gloria resucitada que ella ya vive. El suyo es un Magnificat que llena todo el universo y todas las vidas, comenzando por la de los mártires, en las que la cruz y la gloria son inseparables.

En julio de 2022 comenzaron a aparecer en nuestras pantallas las imágenes de James Webb, el telescopio más potente, que desde su posición distante de nosotros 3 veces la distancia de la Tierra a la Luna, nos permite PERCIBIR el universo con una precisión y calidad de imagen jamás vista anteriormente. Las preguntas de dónde venimos, adónde nos dirigimos han vuelto a ser percibidas con una nueva intensidad.

No es este el momento de entrar en este universo de interrogantes: pero nos viene bien levantar la mirada y darnos cuenta de que nuestra vida, sin incomodar a la astrofísica, es el resultado, o si se quiere el completamiento evolutivo, de una inmensidad de NO DEBIDO, de gratuito en el tiempo y en el espacio, sin el cual ningún segundo de mi ser sería posible. Baste tener presente la cadena de generaciones relacionadas con mi nacimiento.


El MAGNIFICAT es la única perspectiva sensata, incluso para el no creyente. Si, además nos fiamos de la base en la que está fundamentada nuestra fe, la Pascua, lo que tenemos delante, el “para qué estamos hechos”, el completamiento de nuestro camino tiene un anchura, longitud y profundidad, ante la cual las galaxias que nos muestra James Webb, pesan, de verdad, lo que un grano de polvo en una balanza, como dice el salmo. Este universo es una máquina del tiempo. Nosotros existimos para siempre. Estamos hechos para vivir como hijos suyos, vivir en Dios, con nuestro cuerpo –¡creo en la resurrección de los cuerpos! - en una plenitud de vida que tiene toda una eternidad para desarrollarse.


¿Qué decís? ¿Vale la pena comenzar cada mañana con una mirada al Magnificat y confirmarlo, meditarlo y profesarlo con todo el corazón, toda la mente y todas las fuerzas, todos los días?


Probar para convencerse. Hagamos este ejercicio durante unos meses y después decidamos si merece la pena continuar así… por los siglos de los siglos. AMÉN.


El AMÉN equivale en hebreo al FIAT latino, o por lo menos son parientes cercanos.

Los hebreos de la escritura era un pueblo de agricultores y pastores con un vocabulario relativamente pobre –sobre todo si lo comparamos con el griego- pero denso de vitalidad, hecho de referencias concretas: palabras que casi se palpan antes de oírlas. El amén remite al clavo de la tienda de los pastores nómadas (¡Abrahán!): Cuando el clavo está sólidamente anclado en un terreno firme, estable como la roca (recordemos la parábola de la casa sobre roca de Jesús), eso es el amén: me puedo fiar; está segura; ni tormentas, ni tempestades de arena me moverán de allí.


El FIAT de María incluye esta confianza. Creo que, si estoy en tus manos, no hay otro lugar más seguro en el que estar, y me fío de que cuanto tú tienes en la mente y en el corazón para mí es mejor que cualquier otra cosa, comenzando por las que pudiera fabricarme por mi cuenta.


Un experto de alta intensidad ha sido Pablo, que desde que en el camino de Damasco dice un sí pleno y total al Hijo de María (“para mí, vivir es Cristo” Fil 1,21), comienza a verse ante una serie continua de peligros y tribulaciones. En determinado momento hace una lista de ellos (Cfr. 2Cor 11, 16-33).

Y in embargo es él mismo quien nos asegura tras lo que ha pasado y que tendrá que sufrir hasta perder la cabeza, que “para los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio” (Rom 110, 289.


Un FIAT/AMÉN de este calibre no equivale a observar cualquier precepto, hacer alguna limosna y luego seguir nuestro camino, haciendo distinción entre lo que sucede dentro de la iglesia y el denso ritmo de supervivencia que hay que mantener desde el exterior.


Por esto solo una aceptación profunda de magnificat abre la puerta a una relación de confianza tal que nos lleve a abrazar (no a soportar o temer) con adhesión plena las ocasiones que la vida cotidiana nos ofrece para vivir siempre como hijos e hijas de Dios. ¿Qué otra cosa, es su voluntad, sino esto? El camino, la verdad, la vida para nosotros, ya se nos ha dado en su Hijo, vivo y presente a nuestro lado exactamente como con los dos de Emaús. “¡Pero nosotros no lo vemos!” ¿Cuándo su amén ha sido el más auténtico, el más transformante? ¿Cuándo lo veían sin reconocerlo, o cuando, sin verlo, después de partir el pan (“nuestro mismo pan partido”) han vuelto a Jerusalén, dando marcha a atrás, en contra de la dirección que habían decidido antes? “Corro por el camino de tus mandamientos, porque me has dilatado el corazón” (Sal 118, 32).


Si no nos dejamos antes dilatar el corazón (¡magnificat!) es muy difícil encontrar el camino y más aún comenzar la carrera…


María ha sido una gran atleta. El evangelio nos muestra caminos muy largos, y además en situaciones algo precarias: de Nazaret a Belén, al final de su gravidez. Con el recién nacido y José huyendo a Egipto. Y luego Jerusalén… con la angustia del hijo perdido como entrenamiento para otra perdida mucho más dolorosa. Y es aquí donde nos encontramos con el STABAT.


El STABAT MATER ha dejado una huella tan profunda en el arte y en la piedad popular que no hay necesidad de saber latín para tener inmediatamente ante los ojos a María al pie de la cruz.

¿Sería, esta, la meta, donde se corta la cinta de la victoria, para quien mejor que ningún otro ha sabido “correr por el camino de tus mandatos?


El Stabat parece arrancar de raíz toda voz de magnificat, y atraer sobre el fiat “la oscuridad sobre toda la tierra” de la que hablan los evangelios de la pasión, con ese grito que atraviesa la historia y siempre nos inquieta: “¿Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado?”.

Y sin embargo, es precisamente allí donde el Hijo y la Madre llevan a plenitud no solo todo el camino que les ha llevado a aquella colina en forma de calavera, fuera de Jerusalén (este es el significado arameo de Gólgota), sino también el todo de toda la historia, de este universo (incluyendo a James Webb), y de toda vida. El TODO ESTÁ CONSUMADO dice que la razón por la que todo existe está en la salvación de toda vida, garantizada por un amor eterno de Padre, Hijo y Espíritu (¡JUNTOS SIEMPRE!), que no se detiene ante nuestro rechazo y que es capaz de sublimar, y engrandecer cualquier tipo de dolor, de injusticia, de tragedia, de muerte, de cruz.


La cruz no se explica y no se entiende: Allí se STABAT. Solo se puede entrar y dejarse llevar por ella y transformarse en resurrección.


No hay nada en la aventura humana que haya marcado y cambiado más la historia que aquel nazareno crucificado desnudo extramuros de Jerusalén, el viernes 7 de abril del año 30, bajo Tiberio (esta parece la fecha más probable, según los historiadores).


No hay acontecimiento más transformante.

Y no hay hora más fecunda en la vida de María. Allí se convierte en la madre de todos nosotros: el dolor del parto es, de acuerdo a tal maternidad sin límites. Lo entendió muy bien Miguel Ángel, al esculpir la Piedad con una María que tiene la edad de Belén, dispuesta a amamantar a su Hijo que allí nace, y que somos cada uno de nosotros.

El Stabat no es el anti-magnificat, o un fiat impuesto de lo alto que tiene el sabor del absurdo.


Se llega al STABAT solo si día tras día nos dejamos dilatar el corazón por el MAGNIFICAT y por el AMÉN-FIAT que él nos hace decir con el corazón antes que con los labios.


Y llegamos así a la “santa indiferencia” que San Francisco de Sales ha aprendido a vivir inspirándose en grandes personajes anteriores a él, como Ignacio y Teresa, pero, sobre todo, gracias al tirocinio práctico que ha realizado para ensanchar cada vez más el corazón y la vida a la entrega total de sí a Dios y a sus hermanos, afrontando toda clase de pobreza y hostilidades duras, incluso violentas, convirtiendo todo ello en una formidable palestra de caridad y mansedumbre.

Indiferencia, para él, quiere decir aceptar de buen ánimo cuanto nos viene ofrecido por el nuevo día, sin querer ser nosotros, a toda costa, quienes dirijan y controlen todo detalle. En el fondo hay una confianza probada e inoxidable en el amor providente de Dios. Francisco, como Pablo, sabe muy bien que “todo coopera para el bien”, si es solo el amor lo que buscamos y anhelamos vivir. Todo se convertirá en ocasión para dar un paso más en la única inversión que permanece para siempre;

“El amor no pasa nunca” (1 Cor 13,8). Esta clase de apertura del corazón se convierte en “santa indiferencia”, tan abierta al bien, que nada y sobre todo nadie es indiferente o demasiado pequeño para no amar como él nos ha amado.


Magnificat, fiat, stábat: es un camino de santidad cotidiana que nos basta como indicación en el camino desde ahora hasta el último aliento. No nos asusta porque la primera en preocuparse de ello es la Auxiliadora de los Cristianos. En verdad, en esto nos ayuda a ser cristianos y a asemejarnos a su Hijo.


Para la oración personal y la meditación

1. ¿Mi perspectiva en la jornada es centrarme en los problemas, lamentándome, o descubrir la presencia de Dios en las situaciones y en las personas que encuentro, dándole gracias?

2. ¿Me fío del Señor, sabiendo que no hay lugar más seguro en que ponerme, que sus manos, y que todo lo que Él tiene en el corazón y en la mente para mí, es mejor que cualquier otra cosa, comenzando por aquellas que podría yo fabricarme por mi cuenta?

3. ¿Intento aceptar de buen grado cuanto me viene ofrecido por el nuevo día, sin querer ser, a toda costa, yo mismo quien dirija y controle todo detalle?


Compromiso mensual

Comenzar cada día con una mirada de magnificat y confirmarla, expresarla, profesarla con todo el corazón, toda la mente y todas las fuerzas cada noche.

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