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HE AQUÍ QUE ESTOY A LA PUERTA Y LLAMO: ORACIÓN Y PALABRA

“Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.” (Oseas 2, 16)


Dios es diálogo de amor y nos llama a dialogar con Él.


Orar es entrar en este diálogo con Dios, que nos busca y desea estar con cada uno de nosotros.


“La oración es un coloquio, un diálogo, una conversación del alma con Dios. Por ella hablamos a Dios y recíprocamente, Dios nos habla a nosotros; aspiramos y respiramos en Él y, recíprocamente, Él inspira en nosotros y respira sobre nosotros.” (Teótimo VI,19)


“Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si aguien escucha ni voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.” (Ap. 3, 20)


Orar es tener abierta la puerta de nuestro corazón. Como dice el papa Francisco:


“Dios es el amigo, el aliado, el esposo. En la oración se puede establecer una relación de intimidad con Él, tanto es así que en el “Padrenuestro” Jesús nos ha enseñado a dirigirle una serie de peticiones. A Dios le podemos pedir todo, todo, explicarle todo, contarle todo. No importa si en la relación con Dios nos sentimos en falta: no somos óptimos amigos, hijos agradecidos, esposos fieles. Él siempre nos quiere. Por eso Jesús en la última Cena nos lo demuestra definitivamente cuando dice: ÇEste cáliz es la nueva alianza en mi sangre que es derramada por vosotrosÈ (Lc 22, 20). En ese gesto Jesús anticipa en el cenáculo el misterio de la Cruz. Dios es aliado fiel: aunque los hombres dejen de amar, Él continúa amándonos, aunque el amor lo conduzca al Calvario. Dios está siempre a la puerta de nuestro corazón esperando que le abramos. A veces llama al corazón pero no invade: espera. La paciencia de Dios con nosotros es la paciencia de un padre, de uno que nos ama. Diría que es la paciencia de un padre y de una madre juntos. Siempre cerca de nuestro corazón, y cuando lo llama lo hace con ternura y gran amor”.


“Os he habldo de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.” (Jn 16, 25-26)


El protagonista de la oración es el Espíritu Santo, el Espíritu del Señor Jesús, que desea vivir y caminar con nosotros siempre. Entrar y habitar en nuestro corazón.


Como en la parábola del padre misericordioso, Dios continuamente escudriña desde lejos nuestro corazón, esperando siempre que volvamos a Él, aunque solo sea con un gesto.

La oración es ante todo apertura a esta mirada, a esta relación, al don que Dios quiere hacernos de su amor, para que podamos percibirlo, encontrarlo, sentirnos amados por Él e intercambiar este amor en nuestro quehacer ordinario.


“Si alguien me ama, guardará mi palabra y mi padre lo amará y vendremos a Él y haremos su morada en Él.”

Hablándonos en su Hijo (Palabra), Dios nos hace capaces de hablarle como hijos (oración).


La oración es, pues, escucha de la Palabra del Señor que se nos da para entrar en plena comunión con Él: Si nos fiamos de la Palabra, poco a poco seremos transformados, porque Ella es eficaz y realiza cuanto dice. La Palabra hay que acogerla no solo como una enseñanza que puede iluminar nuestra mente, sino como una semilla misteriosa que hace germinar en nuestro corazón, la vida de Jesús. Él es el “Sembrador”, y nosotros estamos invitados a ser “aquellos que, después de haber escuchado la Palabra con corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia.” (Lc 8,15)


“En aquel tiempo, habiéndose reunido una gran muchedumbre y gente que salía de toda la ciudad, dijo en parábola: ÇSalió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron y los pájaros del cielo se lo comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, y después de brotar, se secó por falta de humedad. Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos creciendo al mismo tiempo, la ahogaron. Otra parte cayó en tierra buena, y después de brotar, dio frruto al ciento por uno.È Dicho esto, exclamó: ÇEl que tenga oídos para oìr, que oiga.È


Sus discípulos le interrogaron sobre el sentido de la parábola. Y Él dijo: ÇA vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los demás, en parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan.È”


El sentido de la parábola es este: la semilla es la palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que al oír, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero dejándose llevar por los afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro. Los de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia.


“Te aconsejo especialmente la oración mental que mueve el corazón a meditar en la vida y pasión del Señor. Si lo contemplas con frecuencia en la meditación, el corazón y el alma se llenarán de Él; si piensas en su modo de actuar, tomarás sus acciones como modelo de las tuyas. Él es la luz del mundo: en Él, por Él y por medio de Él es como podremos ser iluminados y encontrar claridad. Créeme, no podemos llegar al Padre, si no es pasando por esta puerta.” (Filotea II, 1)


La oración mira a la unión con Dios y al cumplimiento de su voluntad, nos da el justo sentido de nuestra miseria de creatura y de nuestra grandeza de hijos, nos hace capaces de discernir leyendo la realidad y la historia con los ojos de Dios, hace que crezcamos en actitudes de fe, esperanza y caridad.


“No hay nada que purifique más nuestro entendimento de sus ignorancias y nuestra voluntad de sus malos afectos que la oración, que introduce nuestra mente en la claridad de la luz divina, y expone nuestra voluntad al calor del amor celestial; ella es el agua bendita que, regándolas, hace florecer las plantas de nuestros buenos deseos, limpia nuestras almas de las imperfecciones y apaga las pasiones de nuestros corazones.” (Filotea II, 1-2).


“Recemos nosotros así, entrando en el misterio de la Alianza. Arrojémonos, por la oración, en los brazos misericordiosos de Dios, para sentirnos envueltos en ese misterio de felicidad que es la vida trinitaria, y a sentirnos como invitados que no merecen tanto honor. Y a repetir a Dios, en la maravilla de la oracion: ¿Es posible que Tú sepas solo amar? Él no conoce el odio. Él es odiado, pero no conoce el odio. Solo conoce el amor. Este es el Dios al que rezamos. Este es el núcleo incandescente de toda oración cristiana. El Dios de amor, nuestro Padre que nos espera y nos acopaña.” (Papa Francisco).


En este camino, María es la mejor maestra. Ella ha sabido ser tierra buena para la Palabra, la ha acogido con su FIAT y la ha engendrado no solo en el corazón, sino también en la carne.



Aprender a orar


San Francisco de sales nos invita, en primer lugar, a preparar el corazón.


Te recuerdo ante todo la preparación, que consiste en los siguientes pasos:


Te propongo ahora cuatro vías para ponerte en la presencia de Dios. No pretendas usarlas todas al tiempo, elige la que te sea más adecuada, con sencillez y brevedad.


- La primera es una atenta toma de conciencia de que Dios está en todo y en todas las cosas y no hay lugar ni cosa que no nos manifieste su presencia. Nosotros, aun sabiéndolo, con frecuencia no reparamos en ello, como si no lo supiésemos. Por eso, al comienzo de la oración di a tu corazón con toda tu persona, con profunda convicción: “¡Corazón mío, Dios está verdaderamente aquí!”.


- La segunda vía es pensar que Él no solo está presente allí donde te encuentras, sino que lo está de modo particular en lo íntimo de tu corazón ¡Y tu corazón es su morada privilegiada y particular!


- La tercera vía es pensar en nuestro Salvador que, en su humanidad, desde el cielo, continuamente sigue con su mirada a todas las personas de la tierra.


- La cuarta vía es imaginarnos al Salvador a nuestro lado, precisamente como acostumbramos a hacer con los amigos. Y si, además, te encuentras en un lugar donde está el Santísimo Sacramento,esta presencia es real: Él está realmente presente, te ve y piensa en ti. (Filotea II, 1-2)


El segundo paso es acercarse a la Palabra


“Tomo los pasajes elegidos para la oración. Renuevo en mi interior la conciencia de que esta Palabra está llena del Espíritu Santo y comienzo a leerla con una actitud de respeto y simpatía por ella. Leo y releo el texto, hasta que mi interior se fije preferentemente en ciertas palabras, sintiendo por ellas un cierto gusto, un calor, o hasta que perciba que algunas palabras comienzan más vivamente a relacionarse conmigo. O cuando comprendo algunas palabras particularmente importantes para mí, para mi situación, para nuestra comunidad eclesial, o para mi situación de hoy. Entonces me detengo y comienzo a repetirlas en voz baja atendiendo al corazón y a relacionarme con esta Palabra que es una Persona que me habla. De modo que, mientras repito durante unos minutos estas sagradas palabras, tal vez con los ojos cerrados, no estoy solo atento a su significado, sino a de quién son, de qué cosa están llenas y a dónde deberían llevarme. Se trata de la Palabra de Dios que suscita en mí una veneración, un temor, un respeto. Como dice Orígenes, es una palabra empapada del Espíritu Santo. Cuando escucho la Palabra, la repito o simplemente estoy atento a ella, es el Espíritu Santo que obra en mí. La relación que se establece con la palabra es obra del Espíritu Santo y está en Él. Es el Espíritu que me dispone a aquella actitud necesaria para que la Palabra me hable. Como la Palabra es una persona viva, para conocerla no necesito atosigarla con las mías. También puedo interrumpir la repetición de la Palabra para presentar al Señor alguna reflexión o sentimiento mío que en aquel momento estoy viviendo. Lo importante es que durante todo el tiempo mantenga esta fórmula de hablar, pensar, rezar a un Tú, es decir, mantenga una actitud de relación con Dios. No hay que tener miedo de contar, al principio si es el caso en voz baja, mis reflexiones, preguntas, agradecimientos, súplicas al Señor, llamándolo por su nombre”. (Rupnik Ð el discernimiento).


El tecer paso es el de concretar los buenos propósitos que la oración ha suscitado en nosotros.

“Al salir de la oración, Filotea, debes llevar contigo, sobre todo los propósitos y decisiones tomadas, para ponerlos inmediatamente en práctica durante la jornada. Este es el fruto irrrenunciable de la meditación. Al salir de la oración que ha impregnado el corazón, debes atender a no provocarle sacudidas; correrías el riesgo de verter el bálsamo recogido con la oración. Quiero decir que, posiblemente, debas permanecer un rato en silencio y trasladar gradualmente tu corazón de la oración a los quehaceres, conservando el mayor tiempo posible los sentimientos y los afectos que han florecido en ti.”




Para la oración personal y la meditación


1) ¿Tu oración, es una escucha silenciosa de la Palabra de Dios?

2) ¿Esta escucha se hace diálogo verdadero y personal con el Señor?

3) ¿Te dejas acompañar por María en la oración, para ser tierra buena?


Propósito mensual


Dedicar un tiempo a orar con la Palabra de Dios.

CONOCERNOS



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