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HIJOS EN EL HIJO, CREADOS A IMAGEN DE DIOS.LA CONFIANZA EN DIOS

Nos abandonamos en el Espíritu Santo, acompañados por María y con la vista en ella: esto nos lleva a confiar en Dios.


¿Qué significa confiar en Dios? Parece una cosa sencillísima, y en cierto modo lo es, y en cambio en la práctica no resulta tan “natural”. Todos los adultos, en sus diversos estadios, han experimnetado la tentación y probablemente la realidad, de querer ser “autosuficientes”. De por sí esto es algo bueno, pero... se convierte en malo cuando, en el fondo “autosuficiencia” significa que quiero ser yo quien guíe mi vida, en el sentido de estar convencido de ser el que mejor que nadie sabe lo que es bueno para él.


En este sentido, el Papa Francisco nos ha recordado que es importante hacer lo que Naamán, el Sirio, cuando quiso curarse de la lepra. Tuvo que aceptar quitarse la armadura y los suntuosos vestidos que llevaba para ir a bañarse en el Jordán, como todos los demás. Naamán tuvo que fiarse del profeta Eliseo, pisotear su orgullo y vestirse de humildad. Y lo mismo el samaritano leproso ha sabido volver sobre sus pasos y dar gracias a Jesús.¡ El Señor Jesús es lo más importante, más que la curación y el cumplimiento de las normas! (cfr. Francesco, Homilía para la canonización de San Giovanni Battista Scalabrini y San Artémides Zatti, 9 de octubre de 2022).


La confianza en Dios, por tanto, podría describirse como la convicción profunda (y en continuo crecimiento) que es Dios quien sabe -¡mejor que yo!- lo que me conviene. Esto es muy fácil de decir o de escribir, pero no es fácil de vivir, bastaría considerar alguna muestra de mi oración de petición. ¿Qué pido normalmente a Dios? Por ejemplo, cuando no me siento bien, pido la salud “para seguir sirviéndole con alegría” OK: ¿pero me he detenido un momento a preguntarme si tener buena salud, en este momento, es absolutamente lo mejor para mí? Desde el punto de vista humano, ciertamente lo es, pero ¿lo es tambiéen desde el único punto de vista que cuenta –el del Padre?


Cuando una persona querida está seriamente enferma, pedimos que recobre la salud. Pero ¿si el único modo de que aquella persona pueda estar verdadera y totalmente en las manos de Dios fuese precisamente soportar aquella enfermedad – y morir? ¿Si supieses esto, seguirías rezando por la salud de esa persona querida? ¿O, rezarías para que se cumpliera el sueño del Padre sobre ella, sea el que sea? Porque lo más importante no es recobrar la salud, sino alcanzar, al finalizar la experiencia terrenal, el abrazo del Padre. Si verdaderamente tengo confianza en Dios, la perspectiva cambia. Esto no significa que deje de rezar por las necesidades propias de mi vida, de la vida de mis personas queridas y del mundo, sino que aprendo a añadir a toda oración de petición un pensamiento del tipo: “si esto es del agrado del Padre”; “si esta es tu voluntad”; rezo para que N. N. cure, si esto la va a ayudar a alcanzarte eternamente…” O algo parecido. Una oración de petición sin esta añadidura de fondo, es algo así como acudir al Padre como a un repartidor automático, no de bebidas, sino de gracias. Mi oración es como la moneda que añado. Si la Gracia no “viene”, el repartidor me ha “robado” la moneda. ¡Este no es el Dios de Jesucristo!


“Pero entonces este Dios es un Dios cruel”. ¡De ningún modo! Es un Dios que interviene en el juego, porque en Jesús su Hijo, en la cruz, el Padre está cercano a todos los que sufren y que se hallan en dificultad, de modo que nosotros, los humanos, no podemos ni siquiera imaginar; por eso se requiere una actitud profunda de confianza y esto es difícil en la óptica de la autosuficiencia. Esta, en efecto, con frecuencia se convierte en autorreferencialidad- esta bella palabra que tanto usamos y que es casi imposible de traducir en otras lenguas. En inglés se traduce sencillamante como “selfishness” — egoísmo!


¡Por eso Jesús nos pide convertirnos en niños!

En Mt 18, 2-4, el evangelista pone en labios de Jesús esas célebres palabras: “Entonces llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: ·En verdad os digo que si no os convertís y no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. Se trata de “hacerse” como niños, no de “permanecer” y ni siquiera propiamente hablando, de “volver” a ser niños. Hacerse indica un proceso de crecimiento que dura toda la vida- como cualquier proceso espiritual verdadero. Solo un adulto que se confía al Padre, por medio de Jesús en el Espíritu Santo, puede “hacerse “niño… y la característica principal del niño es que se fía de papá y mamá. Está tan seguro de su amor que no necesita otra cosa, ni poder, ni posición, ni reconocimiento ni “autosuficiencia”,


Vivir como un niño en un mundo de concurrencia despiadada no es fácil. Tenemos que ser adultos manteniendo el corazón de un niño que reposa en Dios, que se abandona en Él y que sabrá ser nuestro defensor. Es nuestro Padre, es fiel. Frecuentemente nos agitamos en vez de abandonarnos confiadamente en el Señor. (n.d.r. Libre adaptación de palabras del scritor Jacques Philippe).


Un amigo narró una vez una cierta aventura de niño.. Tendría unos 5 o 6 años cuando su familia fue a pasar el día en la montaña. Día estupendo y de cansancio. En el sendero de vuelta a donde habían dejado el coche, este amigo mío recuerda que estaba cansadísimo. Y que el papá lo tomó de una mano y la mamá de la otra bajando así por el sendero. Él no sabía si caminaba o volaba… Llegaron al cohe “sanos y salvos”; él se colocó en el asiento posterior y cayó en un sueño profundo hasta llegar a casa. A muchos años del suceso, usaba todavía esas imágenes par explicar qué era la confianza en Dios; era como caminar por un sendero de montaña con seguridad, al igual que las manos de papá y mamá me sotenían y no peritían que cayera y me lastimara… ¿Una imagen infantil? Al contrarrio una imagen poderosa en su sencillez, para nosotros adultos, que quisiéramos hacer todo solos y tendemos a involucrar al Padre solo cuando nos vemos en apuros.


La fuente de este estilo de confianza, el modelo, es Jesús mismo. En la Carta a los Hebreos el autor sagrado pone en labios de Jesús estas palabras:


Por eso al entrar en el mundo, dice:

Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo, no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias.

Entonces yo dije he aquí que vengo – pues así está escrito en el comienzo del libro sobre mi – para hacer ¡oh Dios!, tu voluntad” (Heb 10, 5-7)


Este es el contexto en el que la Escritura nos invita a leer todo el misterio de la Encarnación (cfr. Lc 2) que es un misterio profundísimo de confianza del Hijo en el Padre y del Padre en el Hijo. Jesús viene al mundo no porque “le plazca” de modo especial, no para realizarse como persona, y ni siquiera para hacernos ver lo bueno que era, sino para hacer la voluntad del Padre. Esta es la base de la actitud de confianza que alcanzará niveles altísimos en Getsemaní (cfr. Lc 22, 42). “Padre, si quieres aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya; y en la cruz (cfr. Lc 23, 46)”Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.


Una vez más, vemos que se trata de una actitud que necesita un período largo de tiempo para hacerlo connatural. Es importante no desanimarse, si nos contemplamos todavía muy lejos de este ideal.

Si consideramos todo esto como trasfondo de la Encarnación en Lucas 2, quizá lleguemos a captar el sentido de desarrollo y realización que se lee entre líneas del capítulo del tercer evangelio. ¿Quién sabe por qué el censo sucedió –y en consecuencia el viaje de José y María- precisamente cuando María estaba encinta y a punto de dar a luz? ¿No podría haberse escogido un momento mejor? ¿Es posible que no hayan logrado encontrar un lugar en una posada?.. ¡Sí, ya sabemos, que había un lleno por el censo!

¿Y los primeros testimonios? ¿Es posible que deba ser prrecisamente de pastores, gente poco recomendable según la mentalidad del tiempo (estaban siempre en en medio de animales, y además trabajaban de noche como los ladrones…)?


Atención, dos veces en este evangelio de Lucas se repite una observación sobre María: en el v. 19 y en el 51b- “María, por su parte guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”. Es una indicación importante que nos viene precisamente de María, maestra en hacerse como un niño : la meditación, la oración silenciosa. El misterio de la obediencia de Cristo solo así puede ser afrontado: con la oración.


María, por su parte, nos muestra cómo puede acogerse la volutad de Dios. Al final del relato de la Anunciación, María hace una afirmación impresionante: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). No está claro lo que ella, en este punto, comprendió que habría de suceder Ciertamente no era mucho.


Cuántas preguntas pasarían por su mente y por su corazón en ese momento… y cuántas otras a lo largo del camino de la fe, especialmente en los 30 años de Nazaret, se habrá preguntado: ¿Será verdaderamente el hijo de Dios?. Este hijo mío que ríe y llora, que duerme y come, que se cae y se lastima las rodillas…? Este muchacho en cuyos ojos se refleja la tersura del cielo, pero que no hace nada de especial? Estudia como todos en la sinagoga y aprende el oficio de papá? Este joven que, evidentemente, tiene un gran corazón que ama a todos, pero no parece interesarse por ninguna muchacha de su edadP ¿Qué será de él? ¿Qué será de aquella promesa de hace casi 30 años?”


Y sin embargo María se ha fiado y se ha dejado que la mano de Dios la sostuviese durante todo el curso de su vida. Ciertamente ha habido muchos momentos de duda, pero María ha decidido no abandonar nunca esa mano que ha apretado el día que dijo su “Sí”. Y para hacerlo ha elegido la actitud de la meditación y la oración silenciosa.


Una de las vías más privilegiadas de la revelación de Dios –tal como él es- es precisamente el misterio de la Virgen María. Es hermoso ver cómo María está presete hoy en la vida del mundo. Si nos confiamos a ella, si nos dejamos educar por ella, nos abre el camino del verdadero conocimiento de Dios, porque nos introduce en la profundidad de la oración y de la confianza auténtica. Si nos ponemos totalmente en sus manos, nos educa y nos comunica el verdadero conocimiento de Dios (n.d.r. Adaptación libre de palabras del escritor Jacques Philippe).


A la luz del Aguinaldo 2022 que nos invita a redescubrirr la figura de San Francisco de Sales, en el 400 aniversario de su muerte, me parece que podemos hallar alguna nota interesante precisamente sobre la obediencia y la confianza en Dios. El título mismo del Aguinaldo está tomado de una carta de Francisco a Juana Francisca de Chantal. Y afirma:


Pero si estáis muy aficionada a las oraciones que habéis señalado anteriormente, no cambiéis, os lo ruego, y si os parece que tenéis que renunciar a alguna cosa que os propongo, no tengáis escrúpulos, porque la regla de nuestra obediencia que os escribo en mayúsculas, dice HACER TODO POR AMOR, NADA A LA FUERZA. ES MEJOR AMAR LA OBEDIENCIA QUE TEMER LA DESOBEDIENCIA. (Carta CCXXXIV. A la Baronessa de Chantal, 14/10/1604, OEA XII, 359).


“Es mejor amar la obediencia que temer la desobediencia”. Estas palabras abren un abanico sobre la idea de san Francisco de Sales en el trema de la obediencia. Ella funciona solo en un contexto de amor y de confianza total y no puede basarse en el temor a equivocarse. ¡Sería algo así como dejar de correr, o incluso de caminar, porque podríamos caernos!


Para hacer esto Francisco de Sales sugiere el camino importantísimo de la oración, como comunicación del corazón humano que habla al corazón de Dios. El Dios que no solo es Dios del corazón humano, sino también “amigo del corazón humano”. Por tanto, a través de este tipo de oración, se trata de amar la volutad de Dios, de hacer coincidir el latido de nuestro corazón con el del Maestro… porque la oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho…

(cfr. Á. Fernández Artime, “Fate tutto per amore, nulla per forza” Strenna 2022,


Para la oración personal y la meditación

  1. ¿En qué espacios de mi vida tiendo a ser “autosuficiente” o, incluso, “autorreferencia” y cómo logro combinar esto con mi relación con Dios?

  2. ¿Como entiendo mi oración de petición? ¿Con qué parámetros? ¿Esta hecha verdaderamente a la luz del plan de Dios o solo del mío? ¿Puedo descubrir todavía en mí, momentos en los que me dirijo al Padre como “distribuidor automático” de gracias?

  3. ¿En qué punto de mi vida me encuentro en el camino de hacerme niño? ¿Cómo he aferrado la mano de Dios que me sostiene y cómo me mantengo asido?

  4. ¡Intento imitar a Jesús, basando mi confianza en mi opción de obediencia a la voluntad del Padre? ¿Cómo?

  5. ¿Reflexiono en el recorrido humano de fe de María, desde el “fiat” a Pentecostés?

  6. ¡Amo la obediencia o más bien temo la desobediencia?¿Estoy tentado, a veces, de dejar de caminar para no caer?

  7. ¿Mi oración personal, hecha de silencio, se está convirtinedo cada día más en una experiencia de mi corazón que habla al corazón de Dios? ¿O hay todavía demasiado “ruido” y demasiado de mí mismo, y demasiado poco de Él?


Compromiso personal


Añadir a toda oración de petición un pensamiendo de esta clase: “si esto entra dentro de tus planes, Padre…”; “si esta es tu voluntad”…

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