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LA FAMILIA, NUESTRA FAMILIA, MI FAMILIA

En nuestro itinerario formativo no puede faltar la educación. En la carta apostólica sobre la familia el Papa Francisco dedica todo un profundo capítulo a la tarea educativa de la familia. No podía menos de ser así: la educación es el desarrollo natural de la generación, o, como la llamaban los Padres de la Iglesia de los primeros siglos, una segunda generación. Y nos agrada, porque la Familia Salesiana vive esencialmente de un carisma educativo, en el que la educación no es solo un lugar antropológico, sino un lugar teológico. Si esto es verdad, inmediatamente tienen que aparecer en primer plano algunas verdades sobre la educación sobre las que no cabe confusión.


Educación

1.- Para educar ciertamente se requiere una aldea, pero la familia es el lugar originario y primario de la educación. Y es la primera titular de la tarea educativa. Lo que significa, en óptica preventiva, que ante todo, se deberá ayudar a las familias en la tarea educativa, que de otro modo corresponderá a otras agencias que deberán corregir los daños de la educación familiar, y con escaso éxito.


2. La misión educativa brota de la vocación a la paternidad y la maternidad. Lo que quiere decir que la educación es originariamente educación de los hijos, y que, por tanto, la auténtica educación debe inspirarse en las maneras paternas y maternas, competentes y amorosas, enérgicas y bondadosas, exigentes e indulgentes, de la educación familiar. En concreto, significa que la filosofía, la psicología, la escuela y el Estado no pueden sustituir a la familia en la tarea educativa, sino que deben ayudarla.


3. En perspectiva más directamente cristiana, porque los hijos son, ante todo hijos de Dios, por ser Él el Creador, mientras que los padres son procreadores, la educación, que ya en sí misma puede definirse como introducción integral a la realidad, debe ser eminentemente educación de la fe. De nada sirven la higiene y la alimentación, la instrucción y la socialización, el perfeccionamiento de las facultades y la adaptación social, la protección de los peligros y la oferta de oportunidades, si no se ayudan a los hijos en el desarrollo del germen bautismal, en el crecimiento en la fe, en el desarrollo de la virtud, en el descubrimiento y en la generosa respuesta a la vocación, y por último en la salvación del alma sin la cual todo está perdido.


4. Como toda la realidad familiar, la educación familiar tiene éxito cuando va más allá de sí misma. Las competencia paterna y materna, afectiva y educativa, madurada en familia debe abrirse a los otros agentes civiles y eclesiales de la educación y estar ella misma disponible para la sociedad y la Iglesia. Lo que significa ofrecer con generosidad y creatividad la propia disponibilidad para la educación no solo de los propios hijos, sino también de los hijos de los demás.


Educación familiar

Sobre este fondo general nos disponemos a escuchar las preciosas indicaciones que el Papa Francisco nos ha ofrecido en el séptimo capítulo de Amoris Laetitia. La primera es la franca afirmación de lo insustituible y preciosa que es la educación familiar.


La familia es la primera escuela de los valores humanos, en la que se aprende el buen uso de la libertad. Hay inclinaciones desarrolladas en la niñez, que impregnan la intimidad de una persona y permanecen toda la vida como una emotividad favorable hacia un valor o como un rechazo espontáneo de determinados comportamientos. Muchas personas actúan toda la vida de una determinada manera porque consideran valioso ese modo de actuar que se incorporó en ellos desde la infancia, como por ósmosis: «A mí me enseñaron así» (Al 274).


La educación familiar es tan determinante, que marca a los hijos para el bien o para el mal. Esto debe convencer a los padres para aceptar “la responsabilidad inevitable y realizarla de un modo consciente, entusiasta, razonable y apropiado” (AL 259). Es como si dijera: ¡Si tenemos que educar, hagámoslo bien! Preguntémonos qué patrimonio de vida, de cultura, de amor queremos dejar en herencia a los hijos. Preguntémonos que cosa nuestra puede sobrevivir a nuestra muerte y a nuestros defectos.

Dicho esto, el Papa ofrece cuatro indicaciones; una sobre el estilo educativo, una más sobre la educación moral, otra sobre la educación sexual y finalmente otra sobre la educación religiosa.


1. Sobre el estilo educativo, en un tiempo en el que se ha hecho muy difícil educar a causa de la caída de toda una tradición, por la elevada tasa de fragmentación cultural y por el exceso y la precocidad de estímulos cognoscitivos y emotivos, el Papa hace observar que la ocupación educativa no debe convertirse en preocupación deseducativa. Se protege a los hijos con la presencia, el testimonio y las obras, y no con el control exasperado del espacio en que viven (dónde están, con quién están, qué hacen…) sino con la atención al tiempo que están viviendo (su posición existencial). Presentamos unos cuantos pasajes para enmarcar:


La familia necesita plantearse a qué quiere exponer a sus hijos. Para ello, no se debe dejar de preguntarse quiénes se ocupan de darles diversión y entretenimiento, quiénes entran en sus habitaciones a través de las pantallas, a quiénes los entregan para que los guíen en su tiempo libre. Sólo los momentos que pasamos con ellos, hablando con sencillez y cariño de las cosas importantes, y las posibilidades sanas que creamos para que ellos ocupen su tiempo, permitirán evitar una nociva invasión (AL 260).


“La obsesión no es educativa, y no se puede tener un control de todas las situaciones por las que podría llegar a pasar un hijo. Aquí vale el principio de que «el tiempo es superior al espacio». Es decir, se trata de generar procesos más que de dominar espacios. Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, sólo buscará dominar su espacio. De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para enfrentar los desafíos. Lo que interesa sobre todo

es generar en el hijo, con mucho amor, procesos de maduración de su libertad... Entonces la gran cuestión no es dónde está el hijo físicamente, con quién está en este momento, sino dónde está en un sentido existencial, dónde está posicionado desde el punto de vista de sus convicciones, de sus objetivos, de sus deseos,

de su proyecto de vida” (AL 261).


Viene después un pasaje muy importante y delicado, en el que el Papa hace notar que para evitar ansias inútiles y excesivas, es importante que los padres acepten a priori y con paz la novedad, la originalidad y las decisiones sorprendentes de los hijos:


Es inevitable que cada hijo nos sorprenda con los proyectos que broten de esa libertad, que nos rompa los esquemas, y es bueno que eso suceda (AL 262).


2. Sobre la educación moral, es decir la introducción a la vida buena, que no consiste tanto en la multiplicación de las posibilidades, sino en la calidad del obrar, el Papa pone en primer lugar el desarrollo de la confianza, sin la que no se puede crecer serenamente:


El desarrollo afectivo y ético de una persona requiere de una experiencia fundamental: creer que los propios padres son dignos de confianza. Esto constituye una responsabilidad educativa: generar confianza en los hijos con el afecto y el testimonio, inspirar en ellos un amoroso respeto (AL 263).


Además, frente a la herencia de las pedagogías modernas y postmodernas, las primeras verticales y autoritarias y las segundas horizontales y antiautoritarias, el Papa rescata el tema –hoy recuperado también por las ciencias humanas- de la buena voluntad y de los buenos hábitos, el tema de las virtudes.


La tarea de los padres incluye una educación de la voluntad y un desarrollo de hábitos buenos e inclinaciones afectivas a favor del bien…

La educación moral es un cultivo de la libertad a través de propuestas, motivaciones, aplicaciones prácticas, estímulos, premios, ejemplos, modelos, símbolos, reflexiones, exhortaciones, revisiones del modo de actuar y diálogos que ayuden a las personas a desarrollar esos principios interiores estables que mueven a obrar espontáneamente el bien. La virtud es una convicción que se ha trasformado en un principio interno y estable del obrar. La vida virtuosa, por lo tanto, construye la libertad, la fortalece y la educa, evitando que la persona se vuelva esclava de inclinaciones compulsivas deshumanizantes y antisociales. (AL 264.267)


Otro tema educativo que hoy se ha recuperado y que el Papa presenta, es el de la restitución y reparación. Detrás está la educación a una libertad responsable que desarrolla autonomía sin negar vínculos y límites:


Es indispensable sensibilizar al niño o al adolescente para que advierta que las malas acciones tienen consecuencias. Hay que despertar la capacidad de ponerse en el lugar del otro y de dolerse por su sufrimiento cuando se le ha hecho daño… el propio hijo en algún momento comenzará a reconocer con gratitud que ha sido bueno para él crecer en una familia e incluso sufrir las exigencias que plantea todo proceso formativo. (AL 268)


La corrección es un estímulo cuando también se valoran y se reconocen los esfuerzos y cuando el hijo descubre que sus padres mantienen viva una paciente confianza. Pero uno de los testimonios que los hijos necesitan de los padres es que no se dejen llevar por la ira. El hijo que comete una mala acción debe ser corregido, pero nunca como un enemigo o como aquel con quien se descarga la propia agresividad. (AL 269).


La cosa no es sencilla, porque el resultado de la cultura individualista y libertaria es la caída de toda autoridad, ley y disciplina, cuya consecuencia paradójica es la multiplicación de prescripciones y prohibiciones. Por eso el Papa no cesa de sugerir a los padres la importancia de educar en el sentido del límite teniendo siempre en primer plano la apertura de las posibilidades.


Lo fundamental es que la disciplina no se convierta en una mutilación del deseo, sino en un estímulo para ir siempre más allá. Hay que saber encontrar un equilibrio entre dos extremos igualmente nocivos: uno sería pretender construir un mundo a medida de los deseos del hijo, que crece sintiéndose sujeto de derechos pero no de responsabilidades. El otro extremo sería llevarlo a vivir sin conciencia de su dignidad, de su identidad única y de sus derechos, torturado por los deberes y pendiente de realizar los deseos ajenos (AL 270).


3. Sobre la educación sexual, el Papa reconoce la urgencia y la delicadeza, y pide enmarcarla en el ámbito más amplio de la educación al amor:


Sólo podría entenderse en el marco de una educación para el amor, para la donación mutua. De esa manera, el lenguaje de la sexualidad no se ve tristemente empobrecido, sino iluminado” (AL 280).


Es importantísimo que el tema sea el amor y no directamente el sexo, porque el problema de hoy, diametralmente opuesto al del pasado, es la inmediatez y el exceso de estímulos y de informaciones, al que acompaña la carencia del pudor y de la moralidad:


La información debe llegar en el momento apropiado y de una manera adecuada a la etapa que viven. No sirve saturarlos de datos sin el desarrollo de un sentido crítico ante una invasión de propuestas, ante la pornografía descontrolada y la sobrecarga de estímulos que pueden mutilar la sexualidad (AL 281).


Una educación sexual que cuide un sano pudor tiene un valor inmenso, aunque hoy algunos consideren que es una cuestión de otras épocas. Es una defensa natural de la persona que resguarda su interioridad y evita ser convertida en un puro objeto…

Con frecuencia la educación sexual se concentra en la invitación a «cuidarse», procurando un «sexo seguro». Esta expresión transmite una actitud negativa hacia la finalidad procreativa natural de la sexualidad, como si un posible hijo fuera un enemigo del cual hay que protegerse. (AL 282).


Unas líneas de propuestas: (Algunos puntos que se proponen) propuestas:


Es importante más bien enseñarles un camino en torno a las diversas expresiones del amor, al cuidado mutuo, a la ternura respetuosa, a la comunicación rica de sentido. Porque todo eso prepara para un don de sí íntegro y generoso que se expresará, luego de un compromiso público, en la entrega de los cuerpos. La unión sexual en el matrimonio aparecerá así como signo de un compromiso totalizante, enriquecido por todo el camino previo (AL 283).


La educación sexual debería incluir también el respeto y la valoración de la diferencia, que muestra a cada uno la posibilidad de superar el encierro en los propios límites para abrirse a la aceptación del otro… Sólo perdiéndole el miedo a la diferencia, uno puede terminar de liberarse de la inmanencia del propio ser y del embeleso por sí mismo. La educación sexual debe ayudar a aceptar el propio cuerpo, de manera que la persona no pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma» (AL 285).


4. Por último, aunque no el último en orden de importancia, es la tarea que Dios confía a la familia de educar en la fe. Esto exige a los padres reconocer la titularidad de Dios y el primado de su Gracia y situarse humilde y conscientemente como ministros y colaboradores, cuidando ante todo su propia formación:


La fe es don de Dios, recibido en el Bautismo, y no es el resultado de una acción humana, pero los padres son instrumentos de Dios para su maduración y desarrollo… Entonces sabemos que no somos dueños del don sino sus administradores cuidadosos. Pero nuestro empeño creativo es una ofrenda que nos permite colaborar con la iniciativa de Dios. Por ello, «han de ser valorados los cónyuges, madres y padres, como sujetos activos de la catequesis [...] Es de gran ayuda la catequesis familiar, como método eficaz para formar a los jóvenes padres de familia y hacer que tomen conciencia de su misión de evangelizadores de su propia familia» (AL 287).

Sobre todo tener muy presente que, en el campo de la fe, más que en ningún otro campo, la educación equivale a dar testimonio:

Es fundamental que los hijos vean de una manera concreta que para sus padres la oración es realmente importante. Por eso los momentos de oración en familia y las expresiones de la piedad popular pueden tener mayor fuerza evangelizadora que todas las catequesis y que todos los discursos (AL 288).


Los hijos que crecen en familias misioneras a menudo se vuelven misioneros, si los padres saben vivir esta tarea de tal modo que los demás les sientan cercanos y amigables, de manera que los hijos crezcan en ese modo de relacionarse con el mundo, sin renunciar a su fe y a sus convicciones (AL 289).


Educazione preventiva

Como grande y santo educador que era, Don Bosco ha dado testimonio de que la educación es más un arte que una ciencia o una técnica. Requiere finura de espíritu y sentido de lo concreto. El Papa mismo, en la escuela de Don Bosco, ha afirmado que de los hijos de Don Bosco ha apreciado la necesaria creatividad y flexibilidad de la tarea educativa. Significa que la empresa educativa no puede limitarse a la referencia a los valores eternos e ideales, y mucho menos a prácticas y técnicas consolidadas: la educación debe estar siempre atenta a los signos de Dios y a los signos de los tiempos, para saber responder de manera concreta, solícita y creativa a las condiciones del propio tiempo y a la situación en que los jóvenes se hallan. Sobre este punto es iluminador un pasaje de la Regla de vida de los Salesianos:


El salesiano está llamado a tener el sentido de lo concreto, y presta atención a los signos de los tiempos, convencido de que el Señor también se manifiesta por medio de las situaciones urgentes del momento y de los lugares. De aquí su espíritu de iniciativa: “En lo que se refiere al bien de la juventud en peligro o sirve para ganar almas para Dios yo me lanzo hasta la temeridad”. La respuesta oportuna a estas necesidades le insta a seguir el movimiento de la historia, a vivirlo con la creatividad y el equilibrio del fundador y a revisar periódicamente su propia acción (C. SDB 19)


Sobre la creatividad y flexibilidad concreta de la obra educativa habla también la Carta de Identidad de la Familia Salesiana, enumerando en primer lugar los instrumentos más adecuados:


El deseo de hacer el bien compromete a buscar los caminos más adecuados para realizarlo. Están en juego: la lectura correcta de las necesidades y de las posibilidades concretas, el discernimiento espiritual a la luz de la Palabra de Dios, la valentía para tomar iniciativas, la creatividad para dar con soluciones inéditas, la adaptación a las circunstancias mudables, la capacidad de colaboración, la voluntad de verificación.

La Carta de identidad – ¡hay una identidad carismática que no puede descuidarse so pena de infecundidad!- insiste en la flexibilidad, en la capacidad de adaptación de las cosas eternas a los movimientos de la historia. Y acierta, porque hoy existen fuertes tendencias y tentaciones neoconservadoras, nostálgicas de estilos eclesiales, pastorales y educativos de tiempos que ya no volverán.


Son muy fuertes y proféticas las palabras de don Rinaldi, tercer sucesor de Don Bosco:


Don Felipe Rinaldi recuerda a los Salesianos – y su afirmación vale para todos los Grupos de la Familia Salesiana –: «Esta elasticidad de adaptación a todas las formas de bien que van surgiendo continuamente en el seno de la humanidad es el espíritu propio de nuestras Constituciones; y el día en que se introdujese una variación contraria a este espíritu, para nuestra Sociedad habría llegado el final».


No es sólo un problema de estrategias, sino un hecho espiritual, porque supone una continua renovación de nosotros mismos y de nuestra acción en obediencia al Espíritu y a la luz de los signos de los tiempos (CIFS 35).

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