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LA PASTORAL FAMILIAR ES, ANTE TODO, CAMINAR JUNTOS ENTRE FAMILIAS

Una de las luces más intensamente encendidas por Amoris Laetitia en la Iglesia, es reconocer que la familia es “el principal sujeto de la pastoral familiar”, del mismo modo que en la celebración del matrimonio los ministros son el esposo y la esposa; el diácono o el sacerdote están allí presentes para recoger y ratificar el consentimiento que se intercambian, en que consiste el “sacramento” del sí entre Cristo y la Iglesia.


(AL 200) Los Padres sinodales insistieron en que las familias cristianas, por la gracia del sacramento nupcial, son los principales sujetos de la pastoral familiar, sobre todo aportando «el testimonio gozoso de los cónyuges y de las familias, iglesias domésticas»

Lo que en el capítulo VI se pìde a las familias como sujeto de pastoral familiar es acompañar: Familia que se hace cercana a otras familias, en todas las fases de su constitución, establecimiento y crecimiento, entrar en crisis y vivir momentos difíciles y situaciones dolorosas, llegar a la madurez de los años, vivir el misterio de la muerte…


La familia es buen pastor; vive la pastoral familiar cuando asume la parte de María en Caná, del samaritano en el camino de Jerusalén a Jericó; de quien se sienta junto al pozo donde la samaritana viene a sacar agua; que escribe en el suelo mientras los de alrededor tienen ya las piedras en la mano dispuestos a lapidar; camina al lado de los dos en la tarde del domingo de Pascua, desilusionados, de Jerusalén a Emaús.


El Papa Francisco insiste en esta cercanía de presencia desde el alba de la vida de una nueva familia:

Invito a las comunidades cristianas a reconocer que acompañar el camino de amor de los novios es un bien para ellas mismas” (AL 207).


Si es un compromiso de toda la comunidad eclesial es mucho más un ministerio, un don/servicio, sobre todo, de las familias y los esposos.


Conviene encontrar además las maneras, a través de las familias misioneras, de las propias familias de los novios y de diversos recursos pastorales, de ofrecer una preparación remota que haga madurar el amor que se tienen, con un acompañamiento cercano y testimonial… En realidad, cada persona se prepara para el matrimonio desde su nacimiento. Todo lo que su familia le aportó debería permitirle aprender de la propia historia y capacitarle para un compromiso pleno y definitivo. Probablemente quienes llegan mejor preparados al casamiento son quienes han aprendido de sus propios padres lo que es un matrimonio cristiano, donde ambos se han elegido sin condiciones, y siguen renovando esa decisión. En ese sentido, todas las acciones pastorales tendientes a ayudar a los matrimonios a crecer en el amor y a vivir el Evangelio en la familia, son una ayuda inestimable para que sus hijos se preparen para su futura vida matrimonial (AL 208).


La “presencia” es una dimensión fundamental de la pedagogía/espiritualidad que hemos heredado de Don Bosco, hasta el punto de que don Ángel Fernández Artime, Rector Mayor, no ha dudado en usar la imagen del

“sacramento de la presencia” para decir lo importante y engendrador de vida que es estar presente y caminar al lado de los jóvenes, tal como Don Bosco ha hecho y nos ha enseñado.

El mismo lenguaje y sobre todo la misma realidad entran en juego en la relación de acompañamiento entre familias y entre parejas de esposos. Es un apoyo formidable en los inicios del camino, como ya se ha dicho, pero no lo es menos en las diversas estaciones por las que cada pareja pasa en su vida.


Tanto la preparación próxima como el acompañamiento más prolongado, deben asegurar que los novios no vean el casamiento como el final del camino, sino que asuman el matrimonio como una vocación que los lanza hacia adelante, con la firme y realista decisión de atravesar juntos todas las pruebas y momentos difíciles. La pastoral prematrimonial y la pastoral matrimonial deben ser ante todo una pastoral del vínculo, donde se aporten elementos que ayuden tanto a madurar el amor como a superar los momentos duros (AL 211).


Madurar en el amor y superar los momentos duros es un tirocinio que nunca se termina, tanto a nivel personal, como en la vida pareja y también en la educación de los hijos.

Hay una palabra de sabor antiguo pero que capta muy bien este tipo de entrenamiento y habilidad. Entrenamiento: la referencia deportiva no está fuera de lugar porque ya en las cartas de San Pablo esta “virtud” tomaba como modelo a los atletas: “Pero un atleta se impone toda clase de privaciones” (1 Cor 9,25).


La templanza era tan importante para Don Bosco que en sus escritos a los salesianos usaba como lema tanto el “Da mihi animas caetera tolle”, como “Trabajo y templanza”. Para el tenían el mismo peso.

Ser templados, fuertes en sacrificarse por el bien de los demás, es un tirocinio indispensable para crecer en el amor como familia, sea cual sea nuestro lugar en el interior, esposo, esposa, padre o hijo, hermano y hermana. De hecho, el no serlo prepara el terreno para crisis que hacen retroceder y dividen, en vez de ayudar a caminar y unir.

En la carta de Identidad de la Familia salesiana hay un artículo que tiene como título el lema de Don Bosco: Trabajo y Templanza (art. 34)

El ejercicio de la caridad apostólica incluye la exigencia de conversión y de purificación, es decir, la muerte del hombre viejo para que nazca, viva y crezca el hombre nuevo que, a imagen de Jesús, Apóstol del Padre, está dispuesto a sacrificarse cotidianamente en el trabajo apostólico. Darse es vaciarse y vaciarse es dejarse colmar por Dios, para regalarlo a los demás. Desapego, renuncia, sacrificio son elementos irrenunciables, no por gusto de ascetismo, sino simplemente por la lógica del amor.


Este temple del amor, que se comunica, ante todo, con el ejemplo tanto en la familia cuanto entre familias, da la energía y resiliencia necesarias para el camino, con sus estaciones y etapas, delineadas por el Papa Francisco de modo puntual en 7 fases. Las enumero en la cita para identificarlas más fácilmente:


(AL 220). ”El camino implica pasar por distintas etapas que convocan a donarse con generosidad: 1. del impacto inicial, caracterizado por una atracción marcadamente sensible, se pasa a 2.- la necesidad del otro percibido como parte de la propia vida. De allí se pasa al 3.- gusto de la pertenencia mutua, luego 4.- a la comprensión de la vida entera como un proyecto de los dos, 5.- a la capacidad de poner la felicidad del otro por encima de las propias necesidades, y 6.- al gozo de ver el propio matrimonio como un bien para la sociedad. La maduración del amor implica también 7.- aprender a «negociar».


No es una actitud interesada o un juego de tipo comercial, sino en definitiva un ejercicio del amor mutuo, porque esta negociación es un entrelazado de recíprocas ofrendas y renuncias para el bien de la familia.

En cada nueva etapa de la vida matrimonial hay que sentarse a volver a negociar los acuerdos, de manera que no haya ganadores y perdedores sino que los dos ganen.

En el hogar las decisiones no se toman unilateralmente, y los dos comparten la responsabilidad por la familia, pero cada hogar es único y cada síntesis matrimonial es diferente.


Es particularmente importante la última afirmación: “Cada hogar es único y cada síntesis matrimonial es diferente”.


Acompañar no quiere decir sustituir al otro, se trate de una persona o de una pareja de novios o de una familia. Aquí hay que recordar cuanto ya hemos reflexionado el mes pasado: “Hacer crecer y ayudar al otro a modelarse en su propia identidad. Por eso el amor es artesanal (AL 221).


En la historia de una familia hay n momento sagrado en el que el discernimiento y la opción en el amor se vive de modo único, con una apertura al misterio que supera inmensamente la vida misma de los dos esposos: la opción de comunicar la vida a una nueva criatura, que, ante todo, será hijo/a de Dios. “Este juicio, en última análisis los deben formular, ante Dios, los mismos esposos” (AL 222).


Los hijos nos sitúan en plena sintonía con el espíritu salesiano que Don Bosco nos ha comunicado: “Basta que seáis jóvenes para que yo os ame”


El Papa Francisco pide darles absoluta preferencia y el mayor acompañamiento en el amor, tanto más cuanto que se encuentran en peligro de estar implicados en situaciones difíciles de los que ellos no tienen culpa alguna y de las que deben soportar/sufrir el peso mayor.


(AL 246) La Iglesia, aunque comprende las situaciones conflictivas que deben atravesar los matrimonios, no puede dejar de ser voz de los más frágiles, que son los hijos que sufren, muchas veces en silencio. Hoy, «a pesar de nuestra sensibilidad aparentemente evolucionada, y todos nuestros refinados análisis psicológicos, me pregunto si no nos hemos anestesiado también respecto a las heridas del alma de los niños [...] ¿Sentimos el peso de la montaña que aplasta el alma de un niño, en las familias donde se trata mal y se hace el mal, hasta romper el vínculo de la fidelidad conyugal?». Estas malas experiencias no ayudan a que esos niños maduren para ser capaces de compromisos definitivos. Por esto, las comunidades cristianas no deben dejar solos a los padres divorciados en nueva unión. Al contrario, deben incluirlos y acompañarlos en su función educativa. Porque, «¿cómo podremos recomendar a estos padres que hagan todo lo posible para educar a sus hijos en la vida cristiana, dándoles el ejemplo de una fe convencida y practicada, si los tuviésemos alejados de la vida en comunidad, como si estuviesen excomulgados? Se debe obrar de tal forma que no se sumen otros pesos además de los que los hijos, en estas situaciones, ya tienen que cargar».


Ayudar a sanar las heridas de los padres y ayudarlos espiritualmente, es un bien también para los hijos, quienes necesitan el rostro familiar de la Iglesia que los apoye en esta experiencia traumática.

Es esta una llamada que vale por todas. Pero debe encontrar una disponibilidad, la más plena acogida en el que se inspira en el carisma de Don Bosco y en su misión. Él ha hecho de la opción por los más necesitados el motor de toda su incansable acción apostólica.


Puntos para la reflexión y el diálogo

- Ser Buen Pastor como pareja y como familia: ¿En qué medida, esta misión forma parte de mi/nuestro modo de entender nuestra vida en casa? ¿Hay alguna pareja o familia “en el camino que baja de Jerusalén a Jericó” detrás de la esquina de mi casa, que nos espera a nosotros, como buen pastor vestido de samaritano?


- “Sacramento de la presencia” como familia. Repasando mi historia (nuestra historia) de vida recuerdo (recordamos) a aquellas parejas o familias que han dejado una huella profunda en mi camino (nuestro camino). ¿Qué puedo aprender e imitar hoy de ellas?


- “Trabajo y Templanza”: ¿Qué “entrenamiento para el don de sí”, en el ritmo cotidiano de vida dentro de las paredes de casa, podrían beneficiarme (beneficiarnos) y hacerme (hacernos) cada día más capaces de amar?


- Ser acogedores con todos los hijos, y más con los de aquellas familias en situaciones difíciles. ¿Qué se está haciendo y qué más podríamos hacer y mejor?

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