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MARÍA ESPOSA DEL ESPÍRITU SANTO. NOS ENSEÑA A HACER TODO POR AMOR

Desde la creación del mundo y durante toda la historia de la salvación, Dios ha comunicado su amor a la humanidad mediante la acción de su Espíritu y la participación redentora del Hijo. La gracia salvífica que se nos ha dado tiene una digna representación en María; con la generosidad de su FIAT, María, en representación del género humano, ha acogido en su corazón el proyecto de Dios, y por acción del Espíritu, ha concebido en su seno al Salvador. Meditando el texto de la Anunciación, nos encontramos ante el misterio de la alianza de Dios con la humanidad; Él no realiza sus obras arbitrariamente, no irrumpe de improviso en la historia para realizar sus planes. Es un Dios que respeta nuestra libertad; su estilo no es de imposición, sino de amor que mueve y conquista la voluntad humana.


El “fiat” de María es pleno e incondicionado, Viene espontáneo confrontar este “fiat” de María, con el “fiat” que resuena en otros momentos de la salvación: con el “fiat” de Dios, al principio de la Creación y con el “fiat” de Jesús en la Redención. Todos expresan un acto de voluntad, una decisión (Cantalamessa, 1990, p.11).

El Sí de María es la continuidad y la renovación de la alianza. Antes de que el milagro de la encarnación se dé biológicamente en su cuerpo, María abraza y se adhiere libremente a la voluntad divina. Así, con su obediencia en la fe, entra en la alianza de amor de Dios con la humanidad.

“El “Sí” de María no es solo un acto humano, sino también divino, porque ha sido suscitado por el mismo Espíritu Santo en lo íntimo del alma de María” (Ibidem), decimos que es la Esposa del Espíritu Santo porque se ha dejado conquistar por el amor de Dios y, en esta lógica de libre donación acepta plenamente su voluntad.


Contemplando el ejemplo de María, aprendemos el estilo de la docibílitas cristiana. Quien acepta formar parte de la alianza con Dios entra en una dinámica de fe que no excluye el uso de la razón humana. María pregunta al ángel cómo se realizará el plan de Dios; es consciente, de que según lo que se le ha anunciado, en ella sucederá algo que no es humanamente posible. María es una mujer concreta y realista. Su actitud no es la del que se pregunta, de manera incrédula y anticonformista; se pregunta y razona para entrar mejor en el proyecto de Dios; sin embargo, ante el misterio divino que quizá no comprende del todo, reconoce que el Señor, al que ha ofrecido su vida, le pide una fe profunda, una fe enraizada en el amor.


Movida por el amor

La acción del Espíritu llena el corazón de María, la ha revestido de su gracia, convirtiéndola en morada del Salvador. En la comunión de amor que la une a la Trinidad, María es impulsada a ira hacia los demás. La visita a Isabel, icono del servicio y de la caridad, es interpretada como expresión y continuidad del sí generoso de María. El Amor que habita en el seno de María no es una experiencia íntima, es una gracia dada y comunicada en un gozo profundo.

Cuando María se entera de que su prima Isabel espera un hijo a pesar de su edad, hace una lectura creyente de los hechos: nada es imposible para Dios; aunque la potencia de Dios es grande, Él cuenta con nuestra adhesión a su plan. María intuye que también Isabel, como ella, ha dado una respuesta generosa que probablemente comporta algún sacrificio. Entonces se pone rápidamente en camino para visitar a su pariente.

Las referencias evangélicas son conocidas: la íntima relación (no solo porque en el texto de Lucas viene a continuación) entre la experiencia de la Anunciación y el viaje que María emprende “de prisa” para visitar y servir a su pariente Isabel. Más aun: el “signo” que el ángel Gabriel da a la Virgen, no es tanto una convincente confirmación teórica, capaz de comprobar su confianza en Dios, sino más bien una invitación a la misión a “ponerse en camino”, a llevar a Isabel y a su familia (incluido el que va a nacer, Juan Bautista) a Aquel que es portador de alegría, a Jesús (Chávez, 2012).


María se coloca en un único movimiento de amor: hacia Dios y hacia el prójimo. Reconoce que, como a ella, el Señor pide a cada uno dar su propia contribución a la historia de la salvación. La caridad de la Madre de Dios está basada en la fe y se proyecta en gestos concretos de esperanza.


Hay un detalle que llama la atención en el texto de la visita: “María enseguida se puso en camino”. Esta expresión nos hace pensar en la fuerza e intensidad del amor que habita en el corazón de María y que, además de impulsarla interiormente, la mueve a ir al encuentro de los demás. La suya es la disponibilidad de la mujer que ama, su disponibilidad activa a lo que el Señor la pide se comprende en esta perspectiva: ama porque cree y cree porque ama.


La certeza del amor de Dios se expresa en la gozosa proclamación del magníficat. El agradecimiento que proclama con los labios está en armonía con la generosidad de su Fiat cotidiano. María alaba al Señor porque ha mirado su sencillez, porque ha visto en ella un terreno dócil y fecundo en el que realizar la salvación.


Todo por amor, nada la fuerza.

Hemos contemplado el ejemplo de María que dejándose invadir por la gracia y el amor de Dios, ha vivido su vida en una gozosa adhesión a la voluntad divina.


Esta convicción del amor que toca y transforma la vida ha sido muy bien expresada en las palabras y el testimonio de san Francisco de Sales. Mientras celebramos el 400 aniversario de su ida al cielo, saboreamos la sabiduría de su mensaje para enriquecer nuestra reflexión. Con la misma certeza con que Dios continúa y actualiza su alianza con la humanidad, Francisco de Sales indica un punto de partida.


Para dar el primer paso en el amor de Dios, es necesario que Él, manifestándose al hombre como Dios Amor, lo atraiga, solicite su libertad. Pero bien entendido que el rol del Señor va mucho más allá. No se contenta con invitar a nuestro corazón para elegir, sino que lo ayuda también en esta elección dando, además su ayuda; la opción de amor del hombre es un acto del corazón humano y del corazón de Dios. (F. de Sales).


En la medida en la que somos atraídos por el amor de Dios crece en nosotros el deseo de descubrir lo que Él nos pide y de asumir un estilo de vida cada vez más evangélico. Cada uno, al sentirse amado personalmente, hace su libre opción de amor en el estilo propio de su vocación a la que ha sido llamado. Precisamente porque la fidelidad se teje pacientemente en la vida de cada día y porque no siempre es fácil vivir en verdadera armonía con la voluntad de Dios, la respuesta que damos a Dios debe estar basada en el fundamento de la fe y en una renovación constante del amor.


Francisco de Sales nos recuerda que el espíritu de libertad, propio del que ama y ha puesto su confianza en Dios, es el criterio que inspira nuestra obediencia y nos hace verdaderamente dóciles para una misión: debemos hacer todo por amor, nada a la fuerza, Es mejor amar la obediencia que temer la desobediencia. Os dejo con el espíritu de libertad, que excluye la coacción, el escrúpulo y la agitación”.


La experiencia de sentirse amados personalmente por Dios y la atención constante a lo que nos pide, nos introduce en la dinámica de la oblatividad y de la caridad. De aquí parte la tarea de la realización humana, una realidad en la que un auténtico camino espiritual tiene su cumplimiento. El amor “es el movimiento, la marcha y la dirección del corazón hacia el bien” (F. de Sales); si Dios nos ama, es a través de la práctica concreta del bien, mediante el ejercicio constante de la caridad hacia el prójimo, como podemos expresar mejor nuestro amor por Él. Estaremos en condiciones de servir, educar y vivir nuestra misión en el mundo si nos abrimos con docilidad a su voluntad, inspirados en el modo en que el mismo Dos nos ama.


Siguiendo el ejemplo de María y acudiendo a las fuentes de nuestra espiritualidad salesiana, estamos invitados a releer nuestra vida y confrontarnos con la respuesta de amor que tratamos de dar al Señor todos los días. Nuestro FIAT cotidiano es una opción libre, fruto de una experiencia de amor que ha vencido nuestra voluntad y que se convierte en signo visible en un mundo que busca la luz del Señor.

Para la oración personal y la meditación


1. ¿Me siento amado personalmente por el amor del Señor?

2. ¿Realizo gestos concretos de caridad, a ejemplo de María?

3. ¿Me abro con docilidad a la voluntad de Dios, imitando la manera que él tiene de amarnos?

4. ¿Mi respuesta cotidiana al Señor es fruto de sentirme profundamente amado por Él?


Compromiso mensual

Intentaré todas las noches agradecer a Dios todo lo bello, pequeño o grande, que hoy me ha sucedido.



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