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“NO CON GOLPES”

En el sueño del niño de nueve años, hay movimientos fuertes que destacan por su intensidad y que en el relato adquieren tal verosimilitud que dejan huella no sólo en la memoria, sino también en el cuerpo, detalle que permanece vivo aunque se cuente muchos años después: "Cuando oí aquellas blasfemias, me lancé inmediatamente en medio de ellos, utilizando mis puños y mis palabras para hacerlos callar... Parecía que me dolían las manos por los puñetazos que había dado, me dolía la cara por las bofetadas que había recibido".


Cuando la acción se vuelve tan dura, la consecuencia es es clara, inmediata y sin equivocación: Juan tiene un carácter fuerte, en el que el ímpetu por reaccionar supera fácilmente las posibles vacilaciones, miedos y reticencias. No sólo en el sueño se manifiestea este temperamento suyo. El hecho de que en las disputas con su hermanastro Antonio fuera él, el menor, y no José, el hijo mayor de Margherita, quien llegara a tal punto de tensión que tuvo que ser apartado de casa desde febrero de 1827 hasta noviembre de 1829 – en la granja de Moglia - confirma que el carácter de Juan no era del todo sumiso.


Interesantes resultan los testimonios presentados con juramento durante el proceso que llevaría a la declaración de las virtudes heroicas de don Bosco y, finalmente, a su canonización: "Según su propia confesión, que yo oí, era naturalmente fogoso y altivo, y no podía resistirse, sin embargo, con mucho ejercicio logró contenerse tanto que llegó a ser un hombre pacífico y manso y tan dueño de sí mismo que parecía que nunca podía cambiar nada" (Marchisio, en Copia Publica Transumpti Processus Ordinaria, 629r). Similar es el juicio de don Cagliero y don Rua: "Según confesión propia, su carácter natural era fogoso y altivo, de modo que no podía aguantarse, y sentía una lucha inexpresable en su interior, siempre que tenía que presentarse a alguien para pedir caridad" (Cagliero, ibi 1166r);

"Era de temperamento fogoso, como yo, y muchos otros conmigo, hemos podido comprobar; pues en diversas circunstancias nos dimos cuenta de la violencia que tenía que hacerse para reprimir los arrebatos de cólera ante las molestias que le sucedían. Y si esto era así en su vejez, podemos creer que su carácter era aún más vivo en su juventud" (Rua, ibi 2621 r-v).


En el sueño ésta es precisamente la primera palabra que dice el majestuoso personaje: "No con golpes". Esta indicación hace cambiar a Juan que queda desconcertado y, de alguna manera, se resiste a esta invitación, insistiendo en sus preguntas sobre "quién eres" y la imposibilidad de hacer lo que se le propone.


Sabemos por el relato de quien nos dejó las Memorias del Oratorio, escritas 40 años después, que en realidad esa conversión, más que un cambio moral o incluso sólo metodológico, de algo que no funciona a algo que funciona mejor, fue la convergencia de una sucesión continua, gradual y fecunda de procesos educativos y caminos espirituales que harían de Juan no sólo un hombre capaz de controlarse a sí mismo, sino un genio de la relación educativa, un "amigo del alma" capaz de dirigir esa poderosa energía hacia una fuerza que haga crecer, no reprimir. Lo primero que no hay que reprimir es precisamente esa carga interior suya. En efecto, la Maestra que hace posible lo imposible le dará la tarea de hacerse cada vez más fuerte, por dentro y por fuera: humilde, fuerte y robusto.


Es una fuerza que se convierte de oposición violenta en energía generadora, no menos intensa y resistente. No se detiene ante la arrogancia y vence el mal con el bien. Por tanto, es una victoria y no un dejarse avasallar por la agresión o huir despavorido.

Este tipo de fuerza que sabe enfrentarse a la violencia y redimirla desde dentro, tiene un sabor genuinamente evangélico. El "poner la otra mejilla" con lo que, paradójicamente, se explicita la llamada a amar a los enemigos, se ve encarnado en los días de Pascua, donde el peor de los males se convierte en un camino hacia el bien más fecundo que nunca, del alfa a la omega de nuestro universo.


Junto con el no "oponerse a los malvados" viene la insistencia en los Evangelios en la LIBERTAD, especialmente en el Evangelio de Juan, testigo presencial y al mismo tiempo el último en narrar con lo sucedido también su significado, es decir, la dirección que esa Pascua imprime a toda la historia. Es el don gratuito de sí mismo. Juan 10, 17-18: "Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla". Esto confirma cuánto poder se desarrolla a partir de esa clara elección de dirección, de "hacia dónde", de con-versión y con-vergencia: "No con golpes".


Para Don Bosco quedará muy claro que éste es el único camino educativo que vale la pena seguir, donde la auctoritas se convierte verdaderamente en el arte de hacer crecer, según el significado original del término (augere). El rechazo de un sistema educativo basado más bien en la represión y el castigo es para él una trayectoria sin retorno, incluso cuando ya ha cruzado el océano y sus hijos trasplantan el oratorio a la Patagonia. En sus últimos años, el temor a que ese espíritu se perdiera, le arrancaría lágrimas y le llevaría a escribir algunas de las páginas más sentidas e incisivas, como la carta de Roma del 10 de mayo de 1884: "No basta amar, es necesario que se den cuenta de que son amados". Aquella histórica carta tendrá también forma de sueño, y casi podría entenderse como una respuesta que Don Bosco en sus últimos años da a aquel impetuoso Juan, no como antítesis, sino como repaso de todo el camino desde el punto de llegada: "A su tiempo lo comprenderás todo".


Para quienes contemplamos desde la distancia este viaje generativo de la vida, en el que nos implicamos personalmente, cada uno con su propia historia, hay dos posibles dones a los que agarrarse:

- Es posible redirigir la energía. No suprimirla, sino darle una nueva dirección. Es un camino lento y agotador, pero merece la pena. Uno no se vuelve menos fuerte ni menos eficaz. Las personas que más bien nos han hecho son educadores y profesores que han dado pasos en esta dirección.


- Es un camino que exige y se nutre de una gran fe. No busca el efecto inmediato, sino que sabe creer en el fruto incluso cuando sólo hay una semilla, no pocas veces la más pequeña de todas. Esta es la lógica de la Pascua. Es un campo en el que entre educación y evangelización, entre naturaleza y gracia, entre el desafío del presente y la esperanza del futuro, se establece una consonancia tan divina como humana. A todo nuestro esfuerzo, confianza y paciencia, corresponde toda la fuerza que se nos da desde lo alto. La experiencia de nuestros santos, de los que los mártires son siempre los primeros en la lista, lo confirma, y lo prueba la variedad de contextos y situaciones en los que se ha logrado esta victoria del mal con el bien. No es una cuestión de cultura o de coyunturas históricas particulares: concierne a las relaciones humanas de siempre, antes, ahora y después de nosotros, con la misma modernidad permanente que tienen las parábolas evangélicas.

Silvio Roggia, SDB


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