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SAN FRANCISCO DE SALES EN PERSPECTIVA PASTORAL: DULZURASALESIANA Y FORMACICÓN INTEGRAL

El argumento que afrontaremos en este video es un tema muy salesiano, y también muy donbosquiano. Para san Francisco de Sales el tema es la dulzura, que Don Bosco hará suya y representará con el término de la amorevolezza.


La dulzura salesiana no consiste en ser indulgente y débil; ciertamente no se compagina con la debilidad de carácter. La dulzura de San Francisco de Sales, la que él vive, la que siente y la que propondrá, y sobre la cual se volcará casi cada día de su vida, tiene una matriz profundamente cristiana. Parte de Jesús que ha dicho de sí: “Soy manso y humilde de corazón”.


A decir verdad la dulzura no es una realidad sola; entra en un binomio, en el que los dos términos no son ni siquiera equivalentes: dulzura y humildad. Francisco de Sales dirá que estas dos realidades creyentes son la base de la santidad, y también dice que son virtudes muy raras, la dulzura y la humildad.


Dirá que hay que ser, hay que tener, un corazón dulce con el prójimo y un corazón humilde con Dios. En la combinación de estas dos, consiste la dulzura salesiana.

Decíamos que el primado de estas dos virtudes se apoya seguramente en la humildad. Dice san Francisco de Sales que la humildad es la primera y el fundamento de todas las demás virtudes y hace dulce nuestro corazón.

Oigámosle

“El Señor ama tanto la humildad que no tiene dificultad en permitir que caigamos en el pecado a fin de adquirir la santa humildad. La caridad y la humildad son las cuerdas principales; las otras están unidas a ellas. Es necesario mantenerse entre estas dos: una, la más baja, la otra, la más alta. La estabilidad de todo el edificio depende de los cimientos y del techo. Manteniendo el corazón unido al ejercicio de estas, no es muy difícil conseguir las otras. Son las madres de las virtudes: esas le siguen como los polluelos a la clueca”


La virtud de la humildad que Francisco de Sales cultiva tanto y durante tanto tiempo para sí mismo, es una virtud fundamental.

La Baronesa de Chantal cuando conoce a Francisco de Sales, inicia un carteo con él que la fascina por la santidad que se trasparenta.

Escribe a Francisco con mucha estima llamándolo incluso “santo” y este lenguaje, este modo de considerar a su mísera persona lo turba mucho, porque en una de sus cartas Francisco le escribe:

“Ahora que me viene a la mente, tengo que prohibirla la palabra “santo” cuando me escribe, porque, hija mía, en mí la santidad es más aparente que verdadera y además, la canonización de los santos no es de vuestra incumbencia”.


La dulzura que San Francisco de Sales nos propone tiene dos declinaciones: una con nosotros mismos y otra con los demás. Una de las frases más citadas, más repetidas y seguramente anterior a San Francisco de Sales dice: “En educación se necesita una tacita de ciencia, un barril de prudencia y un océano de paciencia”.

Afirmación tanto más verdadera si pensamos que el primer trabajo educativo es con nosotros mismos: esta dulzura con nosotros mismos parte de no maravillarnos de nuestras limitaciones y fragilidades, porque forman parte de la naturaleza: hemos sido hechos así y precisamente por ello somos amados por Dios que nos ha querido, y además, esta dulzura proviene de soportar nuestros límites, pero no con aspereza sino con mucha paciencia diremos “con santa paciencia” que no es resignación, sino que procede de la humildad, y volvemos a la humildad, y crece con mucha misericordia.

Con mucho realismo evangélico Francisco de Sales afirma:

“Tened paciencia con todos, pero sobre todo con vosotros mismos; quiero decir que no os turbéis por vuestros defectos y que tengáis siempre el valor de liberaros de ellos. Me contento con que volváis a comenzar cada día; no hay mejor medio de perfección que la propia vida espiritual que recomencéis siempre sin pensar que ya habéis hecho bastante”.


Francisco de Sales, como el Buen Pastor, cura las heridas de sus ovejitas

Citemos todavía un párrafo de una carta de Francisco.


“nuestros defectos no nos deben agradar, pero no deben causarnos maravilla ni hacernos perder los ánimos. Debemos, en cambio, ganar en humildad y desconfianza de nosotros mismos, pero no desánimo y aflicción del corazón, y mucho menos desconfianza en el amor de Dios para con nosotros porque Dios no ama nuestros defectos y nuestros pecados veniales, pero al igual que la debilidad de un niño desagrada a su madre y, sin embargo no cesa de amarle por esto, antes lo ama más tierna y compasivamente, del mismo modo Dios no cesa de amarnos tiernamente.”


Hablando de la batalla cotidiana de su conversión y de la nuestra, Francisco se expresa con un oxímoron particularmente interesante. Dice: ”Tenemos que estar dulcemente en guerra”.

Su dirección espiritual será particularmente humana, profunda y muy sabia. Comunica confianza en la persona que confía en él, nace de un profundo optimismo espiritual y, ciertamente es profundamente alentadora.

Veamos algunos rasgos de su dirección espiritual:


“Debemos tener unidas estas dos cosas: una extrema adhesión al bien, a la oración diaria, a nuestros compromisos de mejora y no turbarnos, inquietarnos o extrañarnos, si cometemos faltas. El primer elemento depende de nuestra fidelidad, que debe ser siempre íntegra y crecer en cada momento; el segundo depende de nuestra debilidad de la que nunca lograremos liberarnos en esta vida mortal. Cuando cometemos una falta acudamos a nuestro corazón y preguntémosle si ha conservado viva e íntegra la resolución de servir a Dios y después digamos: ¿entonces, por qué, murmuras? Y él responderá: he sido sorprendido, no sé cómo, pero ahora ¡estoy tan envilecido!

¡Ay, querida hija, hay que perdonar a este pobre corazón; no falla por infidelidad, sino por debilidad”.


La dulzura con nosotros mismos tiene un reflejo seguro y evidente en la dulzura con los demás y es el segundo capítulo sobre el que decimos una palabra de Francisco de Sales.

De Francisco viene la clave de la dulzura con el prójimo que se expresa a nivel de relaciones familiares, domésticas, pero seguramente también comunitarias.


“Tenemos que ver a Dios en el prójimo. ¿Cuándo seremos completamente dulces y serenos con el prójimo? Cuándo sepamos ver a las almas de nuestro prójimo en el Corazón del divino Salvador.

Quien considera al prójimo fuera de aquí, corre el riesgo de no amarlo ni con pureza, ni con constancia. Pero allí, en esa perspectiva ¿Quién no lo admitiría? ¿Quién no lo soportaría? ¿Quién lo consideraría desagradable y fastidioso? Cuando nos es pesado el prójimo y antipático, solo el respeto al Salvador nos lleva a amarlo y este amor puro nos libera interiormente”.


Dicen los biógrafos que, cuando Francisco era obispo, se presentó ante él un joven que se expresó de manera francamente incorrecta y Francisco le reconviene, pero con tanta moderación que suscita el estupor de las personas que estaban escuchando.

Cuando este joven se aleja de Francisco le preguntan el por qué de esta moderación, de esta delicadeza en su respuesta, aunque muy clara, y Francisco dice: “tenía miedo de echar a perder en un cuarto de hora, el poco de mansedumbre que intento conservar en la copa de mi corazón desde hace 22 años”.


Pablo VI, san Pablo VI, en 1867, para celebrar los 400 años del nacimiento de San Francisco de Sales escribió una Carta Apostólica titulada “Sabaudie Gemma”, La Gema de Saboya, y precisamente remitiendo a la dulzura de San Francisco con los demás, el Papa afirmaba:

“Hallamos en él suma integridad de vida, suma dulzura y benignidad. Nunca es violento en sus disputas, ama a los extraviados mientras corrige los errores; y si sus posturas son diversas, nunca usa la oposición polémica. Tenaz en amar, en orar

y en iluminar, sabe ser paciente mucho tiempo, sabe reconducir gradualmente a los equivocados a la plenitud de la verdad”.

Los biógrafos e historiadores de San Francisco de Sales nos repiten que la dulzura, una característica suya, no era ciertamente espontánea, no le vino como don de naturaleza, de la que sí le vino, en cambio, un carácter decididamente fuerte y cortado sobre el patrón de su papá.

Francisco va adquiriendo la dulzura cristiana durante mucho tiempo y con una conversión amable que durará toda su vida.


Aquí tenéis el video

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