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“…SINCERO CORAZÓN DE HIJOS”

Queridos amigos de ADMA,

El mes pasado nuestro Rector Mayor nos ha regalado el Aguinaldo, invitándonos a profundizar en nuestro conocimiento de San Francisco de Sales, reavivando su espiritualidad, en la que se ha inspirado Don Bosco, para ofrecernos un camino de santificación. Precisamente el último capítulo del Aguinaldo se titula “Todo por amor” y es una invitación a cuidar nuestra relación con el Señor, en especial la oración personal como fuente de la caridad.

“La caridad es la medida de nuestra oración, porque nuestro amor a Dios se manifiesta en el amor al prójimo. Descubrimos aquí la “oración de la vida”, tan importante para San Francisco de Sales[1], consistente en realizar todas nuestras actividades en el amor y por amor de Dios, de manera que toda nuestra vida se convierta en oración continua. Quien realiza obras de caridad, visita a los enfermos, asiste en el patio, da su tiempo a otros escuchándoles, acoge al necesitado,… está rezando. Los compromisos y obligaciones no deben impedir la unión con Dios, y quien practica esta clase de oración no corre el peligro de olvidar a Dios. Cuando dos personas se quieren –concluye San Francisco de Sales– sus pensamientos están siempre dirigidos el uno al otro”

Los medios sencillos que propone para alcanzar la unión con Dios –tema tan querido por nuestra espiritualidad de hijos e hijas de Don Bosco– los encontramos en las prácticas de piedad que Don Bosco proponía a sus muchachos y a sus primeros salesianos. A quienes están ocupados en cosas temporales, aconseja encontrar momentos, aunque sean muy breves, de recogimiento para unir el corazón a Dios con breves elevaciones, jaculatorias y buenos pensamientos o para tomar conciencia de la presencia de Dios en nuestro espíritu. Aun en medio de conversaciones o actividades podemos permanecer siempre en la presencia de Dios. De este modo la verdadera oración no descuida las obligaciones de la vida cotidiana

Precisamente en este capítulo el Rector Mayor nos invita a acudir a María y a invocar su amor maternal. San Francisco de Sales estableció que la obra de la Visitación, fundada juntamente con Juana de Chantal, tuviera como símbolo un corazón traspasado por dos flechas, coronado por una cruz, rodeado de una corona de espinas y con los sagrados nombres de Jesús y de María grabados en él.

Ante todo María aparece en la teología de Francisco de Sales de una forma semejante a la que será propia de la teología del Concilio Vaticano II. María está en el corazón de la Iglesia. Y su misión es la de atraer y llevar a todos a su Hijo[2]. Por esto Francisco de Sales anima a unirse a María, como los discípulos, para recibir la fuente de la unidad, el Espíritu Santo.

«Honra, reverencia y respeta con amor especial a la santa y gloriosa Virgen María: ella es la Madre de nuestro padre soberano y por lo mismo también es nuestra querida abuela. Acudamos a ella como nietecitos, pongámonos en sus rodillas con absoluta confianza; en todo momento, en toda circunstancia, acudamos a esta dulce Madre, invoquemos su amor maternal, y esforzándonos por imitar sus virtudes, mostrémosle un corazón sincero de hijos[3] .

Además la figura de María, modelo de todas las virtudes, presentada como “revestida de Cristo”, recorre como su Hijo el camino de la humildad. Con su total dependencia de Dios y su disponibilidad, María recibe abundantemente la generosidad de Dios. Cuando canta en su Magnificat la humildad de la sierva, es porque ha atraído la mirada de Dios.


Finalmente el rasgo salesiano de la devoción a la Virgen, nuestra Madre y guía, corresponde a la confianza que Don Bosco ponía en María como Consoladora, Inmaculada y Auxiliadora de todos los hermanos de su Hijo. María coopera al plan de salvación de Dios y, en palabras de Francisco de Sales, Dios “ha hecho pasar a María por todos los estados de vida, para que todos pudiéramos encontrar en Ella cuanto necesitamos para vivir adecuadamente el propio estado de vida”.[4]

En Ella vemos lo que Dios está dispuesto a hacer con su amor, cuando encuentra corazones dispuestos como el de María. Vaciándose, recibe la plenitud de Dios. Permaneciendo disponible para Dios, deja espacio para que Dios realice en Ella grandes cosas...

La contemplación de María, con su vida y su sí a Dios, nos invita a abrirnos al amor de Dios, sabiendo que el corazón de Jesús, en el árbol de la cruz, nos contempla y nos ama. En María vemos completado el verdadero destino de nuestro corazón, unido al corazón de Dios.

Pidamos a María un corazón filial, un corazón que ama a Dios en los otros con humildad, que sirve generosa y confiadamente, prolongando la oración de la vida a lo largo de nuestra jornada.


Renato Valera, Presidente ADMA Valdocco.

Alejandro Guevara, Animador Espiritual ADMA Valdocco.


[1] Cfr. M. Wirth, San Francesco di Sales, 160. [2] Cfr. OEA XXVI, 266 in Eunan McDonnell, God Desires You, 128. [3] Introduzione alla vita devota, II,16. [4] OEA IX, 342 in Eunan McDonnell, God Desires You, 134.

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